EN RUT
MARIAFEANVI
RESÚMEN
La incertidumbre de su naturaleza lo torturó hasta los quince años.
Quería ser beta; la vida lo hizo omega.
Y ahí es donde todo cambió. Todo empezó.
Inconformista, rebelde y poseedor de una fragancia que no cualquier alfa podía querer entre sus sábanas. Louis Tomlinson era distinto y el mundo parecía no estar listo para aceptarlo. Él tampoco pretendía hacerlo. Sin embargo, Harry Styles jamás pudo opinar lo mismo.
Instinto, piel, aroma y sabores que sólo podían experimentar cuando estaban juntos; cuando estaban en celo.
La historia de una vida donde la sociedad se divide en una jerarquía de condición animal.
---------------------------------------------------------Caminó hasta tener una pared de la casa en frente para esa vez practicar los toques de antebrazo. En esos sí que sentía que debía mejorar, sobre todo al controlar la fuerza de los tiros. Entrelazó sus dedos y comenzó. La mayoría rebotaron en la pared y volvieron a sus manos, las cuales aguardaban en perfecta posición. Sexto toque, séptimo, octavo... Creía que estaba todo bajo control hasta que no midió la fuerza y el balón rebotó hacia otro lado.
Resopló y lo volvió a intentar.
Cuarto toque, quinto... Bien, ahora uno más fuerte y...
—¡Ah! —exclamó, cubriéndose la nariz con ambas manos.
El balón había rebotado sin ningún tipo de contemplación en el centro de su cara y escocía, vaya que lo hacía. Dio una patada a la esfera antes de volver a maldecir, emitiendo un quejido de molestia. ¡Dolía! Hubiera vuelto a bufar conteniendo un puchero si una risilla a sus espaldas no hubiese llamado su atención.
—¡Menudo golpe! —chilló una voz aniñada entre nuevas carcajadas.
Harry dejó de sobarse el puente de la nariz antes de girarse. Entre las verjas verdes y de alambre de esa parte del jardín, la que colindaba con el de los vecinos, se asomaba un niño que apenas llegaba a la mitad del cercado. Sus ojos azules brillaban entre las risueñas lágrimas que brotaban de ellos. Reía y sus dientes blancos resaltaban. Su pelo lucía mal engominado, de punta por zonas... ¿Quién había dejado salir a ese crío así? Su camiseta de Looney Tunes parecía manchada de chocolate y sus manos estaban cubiertas de barro y césped.
Harry hizo una mueca y frunció el ceño.
—¿De qué te ríes, enano?
Sonó más duro de lo que pretendía, pero el niño de ojos añiles no pareció achantarse.
—Pues de ti, ¡de quién sino! —Se echó a reír de nuevo e inclinó el rostro antes de proseguir—. ¿Por qué le das puñetazos a un balón de fútbol?
El niño cuestionaba curioso, con su rostro todavía alegre y elevando una ceja tras formular la pregunta.
Harry frunció aún más el ceño y abrió y cerró la boca dos veces antes de hablar.
—No... No le doy puñetazos a un balón de fútbol. Practicaba vóleibol.
Se sintió torpe al tener que explicar algo tan obvio. Aquel chiquillo no parecía mucho más pequeño que él; ¿acaso no conocía el deporte? La mirada traviesa del pequeño intruso no se aflojó entonces ni un ápice.
—¿Vóleibol? Pero, ¿eso no lo juegan sólo las chicas?
El ojiverde se atragantó con su propia saliva.
—¿Qué? Pero claro que no. Qué cla- ¡Por supuesto que no!
El niño del otro lado volvió a estallar en carcajadas ante la repentina indignación y apuro de Harry, quien de un momento a otro adoptó una tonalidad rojiza en su semblante.
¿Por qué debía preocuparle la opinión de un crío sobre su deporte favorito? En su colegio los equipos de vóley siempre fueron de chicos y chicas. De hecho, ellos destacaban frente a ellas. Además, a Harry se podía decir que se le daba bien cualquier deporte. Con siete años empezó con el tenis, desde los ochos jugaba algún partido de fútbol los fines de semana y en el colegio se decantó por el vóleibol y no el baloncesto ya que su profesor lo alentó a que necesitaban a alguien como él en el equipo. Sacudió la cabeza. ¿Por qué parecía que se daba explicaciones a sí mismo? ¡Qué le importaba lo que pensara aquel mocoso que parecía que no podía parar de reír!
—Mira, tengo que practicar. No me molestes, ¿sí?
A Harry le costaba ser hostil con alguien, así que al instante le pareció que quizás se había excedido. Bufó y cuando quiso decir algo más, se dio cuenta de que el otro, de nuevo, había pasado totalmente por alto su comentario. Todavía sonreía. Con su característica expresión pilla habló de nuevo:
—Casi nunca sales al jardín, ¿verdad? Yo siempre estoy por aquí jugando y no te he visto antes.
Harry volvió a pintar una mueca en su semblante. Qué niño más raro y con qué facilidad cambiaba de temas, ¿no? Y ni hablar de lo rápido que hablaba con formidable confianza...
—Eh... Sí, salgo poco.
Y no supo qué más decir. No entendía lo absurdo de la conversación.
—¡Que aburrido! —exclamó el otro de lo más natural—. Pues yo soy Louis, tu vecino. Mi madre me dijo que teníamos unos vecinos importantes porque hacían negocios y esas cosas. Que venían de Francia, pero no creo que seas tú. Los describía súper guay, así que supongo que serán los de la casa del otro lado.
Harry, una vez más, trinó internamente.
—¡Sí es mi familia! Mis padres son originarios de Francia.
Louis pareció pensativo. El otro chasqueó la lengua.
—¿Y por qué hablas mi idioma?
—¡Porque nací aquí! También hablo francés si es a eso a lo que te...
—¡Ah vale! Ahora entiendo —interrumpió el de ojos azules antes de sacudirse las manos en su pantalón corto y violáceo. Harry parpadeó, confuso de nuevo—. Entonces, ¿te apetece jugar?
Y sin más, se quedó boquiabierto. Ese niño era mucho más que raro.
Rió para sus adentros al analizar detenidamente la estatura de Louis. ¿Cuántos años tendría? Él no tenía edad para andar de niñero. '¡En nada entraría al instituto!', se recordaba con cierta soberbia. Resopló y sonrió con un nimio aire de superioridad. Aquellos ojos azul añil seguían a la espera de una respuesta.
—¿Qué edad tienes, Louis? —preguntó, haciendo que el otro se encogiera de hombros.
—Nueve, ¿y tú?
Tampoco era tan pequeño, caviló Harry. Sólo bajito...
—Once —respondió orgulloso, levantando el mentón.
Hubiera hecho un comentario más, aquel niño le seguía pareciendo insólito, pero ni siquiera le dio tiempo a barajear, pues cuando se quiso dar cuenta su balón volaba hacia él. Fue rápido y, con un movimiento ágil, evitó que se volviera a estampar contra su cara. De nuevo sólo se oía la risilla de Louis, quien había lanzado la pelota desde su jardín. La misma había ido a parar allí cuando Harry decidió mandarla lejos de una patada.
El pequeño volvía a reír.
Harry jamás lo admitiría, pero eran niños a pesar de que presumiera con disimulada petulancia de ser el mayor. Quizás la inocencia que aún conservan y por ello esa sencilla y candorosa manera de entenderse. Pretendió mantener su ceño fruncido un poco más, pero fue imposible cuando Louis aterrizó de culo al retroceder y tropezar con sus propios pies. Ambos rieron esa vez, y Harry negó con la cabeza cuando Louis le gritó que su golpe había sido mucho más gracioso.
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