Capítulo 20: La Caverna

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—Queda poco más de una hora para el anochecer —comentó mirando al cielo—, debemos darnos prisa.

Lo seguí hasta el altar.

—¿Cuanto de grande es esa cueva? —quise saber.

—Más de lo que te puedas imaginar —replicó—. Ni siquiera yo la conozco entera.

—Vaya, vaya —comenté preocupada. Entonces vi la estatua y me picó la curiosidad—. A todo esto, abuelo: ¿quien es el tipo al que adorabais aquí?

Siguió mi dedo hasta la figura del hombre calvo con la piedra... ¿Una piedra?

—El hechicero que te dije —me explicó—. Él fundó el lugar.

—Aaah... —todo cobraba sentido entonces: el hechicero de la piedra mágica que llegó al valle, lo moldeó, lo llenó de túneles y escondió la piedra en el fondo—. Entiendo, entiendo.

Vass se agachó ante él y miró el disco de bronce.

—Aunque no es que lo adoráramos —aclaró mientras pulsaba en el búho y la luna—, es más bien un recuerdo del pasado —empujó el disco y lo hizo girar hasta que estuvo boca abajo. Entonces transfirió su energía al plato y este se tornó verde. A continuación pronunció la frase clave—: "El amor es estúpido".

Arqueé una ceja y levanté el labio por un lado mientras el altar crujía y se apartaba. Vass se levantó y el hueco de la escalera quedó abierto. Yo no daba crédito.

—¿En serio? —le pregunté estupefacta—. ¿"El amor es estúpido"? ¡¿A quien carajo se le ocurrió semejante contraseña?!

Él se encogió de hombros con la mirada perdida.

—Ni idea.

Comenzó a bajar y lo seguí más confundida por ese detalle a cada segundo. Era tan absurdo que casi me costaba creer que estuviéramos bajando de nuevo a la necrópolis. Cuando hubimos entrado los dos él activó la palanca y el bloque se cerró lentamente sobre nosotros. Tuve que pasar a mi visión nocturna para poder bajar los estrechos peldaños. Él fue con mucho cuidado y con la mano pegada a la pared.

—¿Puedes ver en la oscuridad ahora, Vass? —pregunté.

—Malamente —admitió—. Ahora encenderé una antorcha...

Una vez abajo, en la necrópolis, él cogió un palo de la pared. La luz se filtraba por el hueco de la cascada, pero la sombra del acantilado y la montaña aumentaba la oscuridad. Por suerte éramos los únicos allí. Vass dibujó un símbolo naranja en la madera y la frotó con fuerza. La runa desapareció para dar origen a una buena llama con la cual iluminó el lugar. Pero no apagué mis ojos, ya que ese fuego tenía un alcance demasiado corto.

—Ésta es la tumba de los Lynkwood —me contó mientras desfilábamos entre los sarcófagos—. Todos los alcaldes de Lunaplena, desde que mi antepasado encerrara a los elementales, fueron embalsamados y enterrados aquí junto a sus esposas. Todos sin excepción.

Pasamos junto a una caja de piedra abierta y vi que estaba vacía.

—¿Eran ellos los zombis que nos cargamos ayer? —desconfié, temerosa de esas "inocentes" tumbas.

—No, los restos de mis antepasados fueron incinerados hace 8 años —me contó. Yo empuñaba la lanza y me había colgado el rifle al hombro, dado que allí abajo tendría que usar el cuerpo a cuerpo—. Ese bastardo los decapitó a todos al entrar y con la ayuda de mi mujer los redujeron a polvo —despreció—. Ya eran zombis entonces —aclaró—. Estaban aquí para proteger la entrada, pero solo atacaban a aquellos que no fueran de su sangre. Es decir: a los intrusos —eso era interesante.

Astral Arcana I - WolfDonde viven las historias. Descúbrelo ahora