Cuando desperté estaba en la gloria. Tenía un colchón blandito debajo, estaba calentita, la luz era suave y olía a tostadas muy cerca, a mi izquierda. Había dormido de maravilla y me sentía descansada.
Eso sí, al poco noté que me ardía un poco la cabeza, que tenía algunas contusiones, solo llevaba mi ropa interior puesta, mi cintura estaba vendada y que tenía... ¡las manos atadas! ¡Por encima de mi cabeza!
Forcejeé débilmente y abrí los ojos. Encima estaba el techo de madera de la casa de Vassilis y las dos marcas de sangre que puse. La bombilla seguía encendida y las cortinas estaban todas echadas, pero a través de la tela se notaba la luz del día.
Traté de retorcerme y tironeé, medio adormilada. Descubrí entonces que no eran solo las manos: ¡me habían atado de pies y manos a la cama!
—Ya estás despierta —comentó alguien a mi lado—. A las doce, ¿cómo se puede ser tan desvergonzadamente dormilona? —reconocí la femenina voz de inmediato y giré el rostro hacia Sarita.
Estaba delante de los poyetes de la cocina, de espaldas a mí. La visión de su trasero dentro de ese ajustado chándal me encendió al instante y froté mis muslos, excitada.
—Oh. Buenos días, Sa-ri-ta —intenté mover las manos pero me había sujetado muy fuerte. Sin usar mis poderes no podría romper la cuerda... y no quería hacerlo—. No sabía que te fuera el bondage, qué sorpresa más agradable...
Ella crispó el gesto y vi que deslizaba la mano hasta el mango de un cuchillo. No pude alarmarme ni siquiera cuando lo cogió y se dio la vuelta. Su expresión de ira se mezclaba con un deje sádico, cruel y morboso. Vaya expresión... pero no pensaba hacerme daño.
—Tú... —gruñó viniendo hacia mí—, maldita pécora —Reí. Estaba a su merced y la idea me volvía loca—. ¿Acaso no sabes que "no" es "no? —preguntó subiendo las rodillas al colchón—. Cerda, pervertida... —se montó a horcajadas sobre mí y acercó el cuchillo a mi cara con expresión maliciosa. Presionó levemente el filo contra mi piel, pero el frío del metal se sintió exquisito mezclado con el calor de sus muslos—. Tendría que castigarte —susurró mientras bajaba el cuchillo por mi cuerpo, acariciando mi cuello y mis senos con la afilada hoja, sin herirme.
Mi pulso se había desatado y mi pecho bajaba y subía con fuerza bajo sus aterradora y cruel mirada. Qué buena estaba... ¡y qué loca! Por dios, que siguiera adelante...
—Sí... —suspiré—: castígame, ama.
Ella estiró los labios con lascivia y un fuerte sonrojo. Le encantaba ser la dominante, estaba claro. Y tal vez con las cortinas echadas se sentía mas segura, en privado.
—¿Sí? ¿Quieres que te castigue?
—Sí..., he sido una niña mala —gemí contorsionándome para frotarme contra su entrepierna y sus muslos. Ella tembló con un brillo sórdido en sus increíbles ojos pardos—. Enséñame la lección, ama.
—¿Y como lo hago? —preguntó deslizando el cuchillo entre mis tetas—. ¿Te corto? ¿Te pego? O mejor: ¿te rompo algo como la mano o una pierna? Dime qué prefieres.
—Dios, ¡qué malvada! —jamás me habría esperado algo así de ella, pero... ¡me encantaba! ¡Quería más!—. Azótame —supliqué, gemí—. Azótame, ama. ¡Fustígame!
Se puso muy seria de golpe.
—No —y bajó de la cama para volver a la cocina. Yo no daba crédito. Parecía más fría y enfadada que antes—. Eso sería un premio para ti, ¿verdad?
Me había calado, pero estaba más confundida a cada segundo. Ella arrojó el cuchillo al fregadero, tomó un plato con tostadas y mermelada y un vaso con zumo y fue a sentarse al sofá.
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Astral Arcana I - Wolf
HorrorKaren Maybell es la mejor cazadora de demonios de la Orden, y disfruta con su trabajo: es cruel, sádica y traicionera, y no duda en usar a cualquiera como cebo para sus presas. Cuando el Jefe de los Cazadores le ordena acabar con un famoso asesino...