Como todas las noches, esa región de la ciudad estaba sumida en tinieblas. El gobierno no veía necesidad de arreglar las farolas, y al caer el sol el barrio se volvía tierra de nadie.
Una luz aislada titilaba en una esquina. Y bajo esta se encontraba una chica con ropa oscura, una pollera hasta las rodillas y escote pronunciado. Su rostro estaba maquillado con colores vivaces, y el rímel y las pestañas postizas hacían de sus ojos negros un espectáculo.
La brisa fría la hacía tiritar: no se había abrigado lo suficiente. Además de ella, no había nadie en esa calle. Ni carretas ni personas. Estaba sola.
Había tratado de ponerse en un lugar con más tránsito, pero otras mujeres la sacaron a los golpes. No querían competencia.
—Desgraciadas, ellas y los guardias —murmuró. Acercó las manos a su boca y las cubrió con su aliento, para calentarlas.
Por supuesto, había tenido que sobornar a las autoridades para poder estar allí. La Orden de Letaniar siempre estaba lista para juzgarla por su trabajo, pero eran los primeros en pecar de avaricia.
Quizás fuera hora de irse. ¿Quién iba a acercarse a esta sección olvidada de la zona roja?
En ese momento, escuchó unos pasos acercarse. Un hombre de cabello corto se estaba acercando. La chica hizo su pelo hacia atrás, y se preparó para seducirlo. Cuando quedó a solo unos pasos, el hombre la miró fijamente.
Fue entonces que se dio cuenta que algo andaba mal. Las ropas del sujeto estaban gastadas y rotas, y no tenía ninguna clase de abrigo a pesar del frío imperante. No se veía como los burgueses adinerados que buscaban sus servicios. No era su cliente típico.
El hombre sacó un cuchillo. Ni siquiera era un cliente.
Quiso correr, pero la tomaron de la muñeca, y de una sacudida cayó al suelo.
—El oro trola —dijo el hombre.
La joven sintió algo gélido en el cuello, presionando contra ella. El cuchillo.
—N-no tuve ningún cliente todavía, n-no tengo nada.
El asaltante la miró desencajado.
—Morite entonces —dijo.
Le hubiera bastado solo un movimiento para matarla, pero no alcanzó a hacerlo. Una figura lo golpeó en la cabeza, lanzándolo contra la cerca de una casa.
La mujer vio como un chico de baja estatura redujo al rufián y lo dejó inconsciente.
—G-gracias —dijo ella.
Daniel se echó el tipo al hombro y comenzó a alejarse. No le respondió. La mujer agradeció su suerte y volvió a su casa. No volvería a trabajar ahí.
*
El templo de Letaniar estaba bien iluminado, pero a pesar de eso, la calle estaba vacía. A las dos de la mañana ya no quedaba nadie despierto. El toque de queda prohibía salir a todo aquel que no tuviera una autorización. No solo se entendía que esto evitaba el crimen, sino que también protegía la moral.
Por supuesto, los delincuentes y los degenerados no respetaban el toque.
Daniel no era ni lo uno ni lo otro, pero igual había salido en la madrugada, violando la ley. El sujeto que llevaba a cuestas era un pobre diablo, reducido a tener que robar para sobrevivir.
Frente al templo, Daniel dejó al hombre caer, y sacó su daga oscura. "Darle la muerte es una absolución" se repitió a sí mismo, "estoy librando a la sociedad de un maleante, y evitándole a este mismo más sufrimiento".
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La Diosa Oscura (New Game)
ФэнтезиDaniel es un adolescente tímido y retraído. Blanco de burlas en la escuela e ignorado por Natalia, la chica que le gusta, su único refugio son sus sueños, en donde es un asesino con grandes habilidades. Cuando Natalia aparece en su sueño atacada por...