Capítulo 24. La Calma

96 12 3
                                    

Hacía frío. Minutos después de salir de la taberna, Ember le había dejado un mensaje telepático: "consultalo con Diernir".

Por esto es que Daniel recorría las calles gélidas de La Capital, buscando el templo de su diosa. Lo único que encontró fue el templo de Letaniar. Labrado con roca blanca, dos estatuas de Letaniar flanqueaban la puerta de madera maciza. Ambas representaciones de la diosa llevaban una balanza y un escudo.

Daniel pensó que tanto las representaciones de Diernir como de Letaniar, le recordaban a la Justicia. En su mundo, la Justicia era una mujer con ojos vendados, que llevaba una balanza en una mano, y una espada en la otra. Letaniar, no obstante, no tenía los ojos vendados, como sí los tenía Diernir. ¿Qué significaba eso?

¿Debería ir a las ruinas que ya había visitado una vez, la que tenía una estatua de Diernir? Algo le decía que esa no era la respuesta correcta.

Cuando empezó a alejarse, alguien lo tomó del brazo. Se trataba de una persona poco más alta que él, envuelta en una túnica negra. Debajo de la capucha que tapaba su rostro, surgió una voz femenina.

—Buscás respuestas —dijo. Sus palabras quebraron el silencio de la noche. Daniel miró a su alrededor. Ya no se encontraba en La Capital. Ahora, a solo unos pasos, se erguía el templo de Diernir.

—Necesito a hablar con ella, con la Diosa.

—¿Y qué te hace creer que sos merecedor de ese privilegio?

La parte del brazo por donde lo estaban sujetando comenzó a arderle. Daniel se zafó. La figura soltó una risita.

—Trae un sacrificio —dijo, y se desvaneció. Como se desvaneció el templo de Diernir. Como se desvaneció la ciudad oscura que lo rodeaba.

Daniel se hallaba de nuevo en La Capital, pero ahora sabía qué hacer. ¿O no?

Daniel caminó unas cuadras en dirección a la posada, cuando vio una figura familiar en el suelo. Max se encontraba tirado en la vereda, arriba de lo que parecía ser su propio vómito.

Daniel puso cara asco. "Emborracharme no va conmigo", había dicho. El que solía emborracharse era su padre, con la plata que su mamá ganaba trabajando. Un día, cuando Daniel no soportó más ver cómo le pegaban a su madre, se interpuso. El manotazo que recibió hizo que se golpeara la cabeza contra la pared, y quedara inconsciente.

Al día siguiente, él y su madre fueron a pasar la noche a la casa de su abuela. Los trámites de divorcio empezaron ese mismo día. La madre de Daniel podía tolerar que le pegaran a ella, pero no a su hijo.

Daniel volvió a mirar a Max, tirado en el suelo. No aprobaba su comportamiento, pero tampoco podía dejarlo ahí, así que lo levantó, y como pudo, lo llevó con él a la posada.

*

Max tiró sus dos morrales arriba de la carreta. Los aventureros nunca llevaban mucho equipaje. Del oro de la recompensa solo llevaba encima un pequeño puñado. El resto estaba en el banco.

Volteó, se apoyó en la carreta y miró hacia el cielo. El banco de Las Águilas de Escarcha guardaba registros mágicos de las cuentas de sus clientes. Podías depositar en cualquier banco, y retirar en cualquier banco, suponiendo que hubiera fondos. Si no había se te emitía un vale, que era aceptado en casi todos los negocios del reino.

Parte del dinero de Max, exactamente la mitad, estaba guardado en una bóveda. Con la otra mitad, permitió que el banco la utilizara para inversiones, y él llevarse una parte. Se tomó el trabajo de decidir a qué inversiones dedicar su dinero, y creó una canasta variada con inversiones de alto, mediano y bajo riesgo.

La Diosa Oscura (New Game)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora