Recuerdos agridulces

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Sorpresa de un jazmín

S. D. York

La densa niebla vespertina cubría los alrededores de la vieja casa solariega y el cálido sol invadía cada una de las paredes haciendo que el lugar se asemejara a un paraíso iluminado. Una adorable canción emergía de las teclas de un piano con dulces notas que llegaban a su oído y le provocaban un escalofrío de placer. El extraño ser le resultaba familiar, poseía la silueta de una joven pálida cómodamente sentada tocando el instrumento, rizos rojos caían en su rostro y una amplia sonrisa se vislumbraba a través de ellos. No podía lograr saber de quién se trataba, lo único que pudo identificar fue Für Elise que flotaba en el ambiente.

La muchacha de pronto se levantó y echó a correr, sus risas hicieron eco por todas las partes de la casa, con un leve dejo infantil. Fue detrás de ella como si se tratase de un hechizo mágico, como si le fuera imposible apartarse de ella y la tomó entre sus brazos.

El cálido cuerpo vibraba con deleite junto con el suyo y el exquisito aroma lo invadió como si se tratase de una droga mientras se ahogaban ambos en risas cayendo al suelo.

No pudo evitar besarla y la mujer le respondió con enfático entusiasmo, casi como si estuviese acostumbrada. Sus manos recorrían todas las partes de su cuerpo desesperado mientras gemía bajo él de placer y su vestido comenzó a desabrocharse para dar paso a sus intensas caricias. Ambos giraron enredados entre las prendas sobrantes, como si no les importara, con los cuerpos unidos en el intenso deseo.

Tirados en el frío suelo, no supo cuánto tiempo había pasado besando a la adorable criatura entre sus brazos, estaba completamente absorto en la suavidad de su piel que resplandecía con un sublime brillo a la luz del día. Pudo comenzar a identificar ciertas marcas, como un lunar bajo la clavícula, en la barbilla o en el brazo derecho que le resultaron sumamente conocidos, pero le fue casi imposible dejar de besarla.

El deseo fue aumentando a fuego lento y alcanzó la intensidad de las brasas incandescentes, la joven elevaba sus caderas de manera apremiante hacia su entrepierna y sus ojos se entrecerraban.

-Fridie-dijo entre gemidos mientras lo abrazaba. Se quedó paralizado al reconocer el cariñoso apodo y reconoció al instante de quien se trataba.

-¿Danielle?-le preguntó obnubilado por sus enormes ojos verdes, ella se levantó con casi toda la ropa interior desprendida y lo miró juguetonamente mientras sostenía los vestigios de tela sobre su piel. Luego comenzó a saltar hacia otra parte como si fuera una ninfa juguetona ansiosa de retozar semi desnuda por la casa. Él decidió divertirse persiguiendola por las habitaciones mientras se elevaba aún más su excitación, haciendo que deseara tomarla sin demora en cualquier parte.

La encontró sentada sobre la barandilla de la escalera, dejando que sus dedos apenas tocasen el piso y mirándolo curiosa con las piernas levemente abiertas. No pudo contra su propia lujuria y decidió ir hacia ella con la misma delicadeza de un elefante en una cristalería.

Torpemente la abrazó lleno de expectación y pudo ver cómo sus manos soltaban la barandilla y se escurría de sus brazos. En una sucesión de lentos minutos veía como ella caía al vacío y con un golpe sordo golpeaba todo su cuerpo contra la madera del piso de abajo. El grito de dolor retumbó en sus oídos y su propia voz salió desesperada ante la imagen que impotentemente estaba presenciando.

Sus ojos se abrieron ante la insoportable escena demasiado rápido y otro grito llenó sus oídos mientras su cabeza se estrellaba contra lo que parecía ser el suelo de su habitación.

Por lo que sabía, estaba en un barco hacia Londres.  En la nave parecía estar todo menos tranquilo y para mejorar su humor su letargo sólo había durado pocas horas, dejándolo sin el suficiente descanso.

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