¿Un visitante?

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La primavera se había hecho presente en la ciudad de Londres, las temperaturas ya habían comenzado a estabilizarse y no era necesario vestir atuendos llenos de lana, el verde de los jardines invadía las lujosas propiedades en Mayfair y alrededores y el aroma a flores visitaba cada día la casa de los Greenhill, dado que Danielle se había encargado de plantar ella misma miles de plantas para alegrar el nuevo patio. Contrató un jardinero y estuvo más de una semana haciendo apuntes y persiguiendo al hombre de un lado a otro intentando aprender sobre el noble arte de plantar flores y arbustos. Frederick se sentaba en su estudio en las mañanas y gozaba la vista del patio con su mujer llena de tierra cavando un pozo mientras a uno de los criados que la ayudaba le agarraba un ataque al mismo tiempo de que se quejaba de que una duquesa no debía de hacer labores que implicaran ensuciarse. Ella no se alegró al ver que sus esfuerzos habían dado frutos en menos tiempo del que ella deseaba, dado que esperaba poder continuar acribillando a preguntas al pobre jardinero para llenar su cuaderno de notas y se la pasó un día entero con el ceño fruncido intentando buscar otro ámbito de la casa que le llamara la atención para modificar.

Además de deleitarse en secreto viendo como toda la servidumbre de la casa perseguía a la enérgica joven duquesa de un lado a otro intentando sin resultado hacer que se quedara quieta o hiciera alguna actividad que no involucrase tierra, pintura, agua, ingredientes de cocina o fuego, había comenzado a notar que su se había vuelto más bella (si aquello era posible) con el simple hecho de pasar tiempo junto a él, las ojeras que la habían acompañado cuando la conoció habían desaparecido por completo, ahora podía pasar mucho más tiempo sin beber sus infusiones medicinales, no sufría de insomnio y las jaquecas y las profundas molestias que tanto miedo le daban se habían desvanecido casi por completo. Por otra parte, también había desarrollado la manía de abrazarlo cuando él se encontraba estresado o nervioso, lo tomaba en brazos y lo acunaba entre sus pechos cómodamente, pudiendo pasar horas en esta posición sintiendo únicamente el latido de su corazón y sus respiraciones acompasadas. Gracias a este gesto había empezado a darse cuenta de que los pechos de su mujer estaban más grandes que antes, pero supuso que era a causa de la buena comida y la recuperación de un estado de salud decente que no la postrara en la cama.

Pero sin saberlo, aquel sentimiento de felicidad en la pareja no tardaría en ensombrecer con el surgimiento de una nueva crisis.

Un caluroso y húmedo día de abril, Frederick recibió una carta urgente de sus empleados de Hampshire solicitando su presencia para controlar las acciones en la estancia, de la mano de un invitado en un estado algo peculiar. Aquel día ambos habían decidido tomar el desayuno en la mesa de la cocina, dado que el cocinero y el ama de llaves aún no habían despertado y Danielle había aprovechado aquella oportunidad para hacer unas tortitas de manzana para su ansioso marido. Este se dedicaba a morderle cariñosamente los hombros descubiertos por el ligero vestido de seda mientras ella intentaba concentrarse para no quemar su creación.

En el momento en que Frederick comenzó a subirle la falda para meter juguetonamente las manos bajo la tela de su ropa interior sintieron un fuerte sonido proveniente de la entrada y ambos retiraron las manos de lo que estaban haciendo, temiendo haber sido descubiertos por los criados o peor aún, por el cocinero. Ambos completamente enrojecidos por la vergüenza se aventuraron a voltear la cabeza para descubrir quién los había encontrado.

Para la sorpresa de los dos, encontraron a un alto hombre totalmente despeinado, lleno de tierra y barro, la ropa agujereada, los ojos enrojecidos y con una de sus manos sosteniendo una enorme botella de alcohol casi por terminar. Danielle se ahogó del susto y Frederick instintivamente la colocó detrás de su espalda para protegerla. El hombre súbitamente alzó la mano y sonrió, para luego desplomarse sonoramente contra el suelo.

- ¡Oh, buen Dios! -exclamó Danielle intentando ver lo que sucedía detrás de la enorme espalda de Frederick- ¡¿Está muerto?! ¡¿Quién es?! -y preguntó al ver que Frederick se acercaba a comprobar de quién se trataba.

Sorpresa de un jazmínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora