Capítulo 8: Caída Libre

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¿Cómo se siente un esclavo en sus primeros segundos de libertad? Ketchup era libre. Emilio era libre. El hombre que él conocía como F le dio a elegir la libertad.

Y lo llenaba de miedo.

Él entendía que F vivía en el último piso de un centro comercial gigante. Pero para Ketchup era una ciudad entera. Más de cuarenta pisos de tiendas, teatros, comida, personas, música, caos.

¿Cómo pudo imaginar que iba a sobrevivir? ¿Cómo saber que caminar por su cuenta iba a ser tan duro?

Intentó usar su móvil, pero se inundaba de publicidad en idiomas que no entendía. Inglés, Árabe o Chino. Daba igual. Todo le exigía un email, pero no tenía. O un perfil público, o una cuenta de pulso. Cosas que nadie le explicó.

Ketchup no era un ciudadano digital y nadie le dijo que no era opcional.

Caminó sin rumbo entre suelos de marmol, paredes pantalla llenas de imágenes, lamparas excéntricas y una multitud de personas de todos tamaños y razas.

Algunos pisos olían a perfume, a animales, a humanos. En uno sintió el aroma del carbón, combinado con especias que no conocía, pero que le recordaron cuánta hambre tenía.

Su teléfono tenía "dinero". Eso le dijo F. ¿Pero cómo usarlo?

La multitud lo apartó y lo empujó. Llegó a un gran salón donde mujeres con tunicas negras se separaban de hombres de blanco. Todos se arrodillaban ante alfombras personales. Cantos aterrorizantes sonaban en todas partes. El sol brillaba en vitrales gigantes.

Su pulso se aceleró, empezó a hiperventilar, quiso sentarse en el suelo, pero no encontró lugar. Llegó a una fuente inmensa. Cinco pisos de agua cayendo del techo. Un espectáculo de luces y esculturas entre chorros coordinados con la música. Otras personas la miraban hipnotizadas. Ketchup se sentó en el borde, hundió su cabeza y bebió. Bebió y lloró. Esto era ser libre.

A su lado, un hombre tocó su hombro con afecto y le sonrió. Adulto, joven, músculoso. Afeitada perfecta, ojos cafés y piel morena. Con ropa deportiva del color de la arena. Su rostro le dio a Ketchup una sensación de hogar.

- Hola Emilio - dijo aquel hombre en español.

Ketchup recordó la policía. Ser electrocutado. No confiar en nadie. No creer en nadie. Nadie está de tu lado. Las palabras de F hicieron eco en su cabeza.

"Este es un mundo malo. Con tu nombre pueden perseguirte. Si quieres una vida mejor, tienes que cambiar quién eres."

- ¿Quién es Emilio? Yo no soy Emilio ¿Quién es usted?

- No te preocupes Emilio. Yo soy de los buenos.

La voz del hombre le generaba una gran nostalgia. Era un acento diferente al de los venezolanos que rodeaban al Libertador. De repente lo recordó. Era el acento de México, su hogar.

- ¿Quién eres? - preguntó calmado y dejando de alejarse.

- Un amigo. Sabemos de F y queremos ayudarte, Emilio. Te cuidaremos de lejos.

¿Por qué alguien haría algo por él?

- ¿Por qué harías eso por mi?

- Porque cuidamos a los nuestros. Te lo prometo. Yo y mis amigos estaremos cerca. Mientras estés con F, no dejaremos que nada malo te pase.

Emilio solía despertar rogando que el Libertador escogiera a alguien más. Hoy se despertó en otro país, herido, bajo el poder de alguién más. Luego probó la libertad y no sabía qué hacer. Pero el terror de volver a vivir sin control era demasiado. ¿Y si aceptaba trabajar para F? ¿Si estas personas realmente lo cuidarán?

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