Capítulo 6: Mesías

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Un trozo de metal, acelerado a velocidad supersónica y girando sobre su propio eje, atravesó el hombro de F hace un rato. Era entendible que gritara de dolor mientras lo curaban.

Hace más de una década, en otra vida, F tuvo entrenamiento paramilitar básico. Aprendió qué hacer en caso de herida por arma de fuego. Pero nadie te prepara para tu primera vez. El olor. El calor.

- No seas niña F. Hace años, esto te pondría en una clínica por semanas.

Elizabeth Vlad, la doctora de F y otra refugiada millonaria del Turf de Abdallah. Una vieja amiga desde su primer día en Abhu Dabi. Con la belleza fuerte que sólo trae la madurez. F tuvo suerte que estuviera cerca tras el disparo.

- No hay agentes químicos, sangre artificial o nanomáquinas que hagan que esto duela menos - dijo él.

- ¿Qué pasó con el gran F, agente de la CIA y asesino en masa de las noticias?

- Oh Eli, viste eso.

- Todo el mundo lo vio. Esa Juliane parece tu tipo - jugó Elizabeth mientras le inyectaba aceleradores de cicatrización - ¿Debería estar celosa?

- Eli, si no fuera por mi impotencia y el horror gótico que es mi hombro, te saltaría encima en segundos.

- ¿Por qué crees que lo permitiría? - preguntó Elizabeth mientras grapaba la herida - ¿Por qué crees que no sería yo la que saltaría?

Elizabeth se refugió en el Turf tras la separación de Rusia. Ella vivía en Siberia y sospechaba que ser parte de la Federación China no le convendría. Sus ahorros como cirujana de traumas mayores superaban el millón de dólares de la época. Número suficiente para invertir en el Turf y escapar de su nación.

- Tengo tres preguntas para ti, F.

- A ti te lo cuento todo.

- ¿Eres realmente un agente de la CIA?

- No.

- ¿Entonces nunca fuiste un espía?

- Jamás.

- Mentiroso - Elizabeth empujó su dedo en la herida, ligeramente. F gruñó.

- Fui un análista, no un agente. Entrenamiento básico, pero nunca trabajo de campo. Un tipo que sabía de programación, de números y de política.

- ¿Quién causó el Holocausto del 2020?

- Si supiera, Eli, si supiera.

- ¿Pero no fuiste tú?

- ¿Qué crees tú?

Elizabeth lo pensó mientras cerraba la transfusión de sangre para F.

- Llegas a tu casa con un disparo. Me llamas de emergencia tras hacerme chequear al niño más raro de la tierra. No me dices quién te hirió. Te peleas con la policía de Europa ante todo el mundo. ¿Qué pensar de ti?

Elizabeth suspiró.

- Eres el mismo F que conocí hace seis años. Aterrado. Sucio. Pero con la determinación de un lobo herido. Acorralado y sin nada que perder. Un poco más viejo y más rico. Pero el mismo F. Yo creo en ti.

F tenía mucha suerte de conocerla. Y muy poca suerte del cóctel químico que, en su cerebro, le impedía sentir nada más. ¿Por qué con Juliane sí pasaba? ¿Por qué, con Juliane, sus neurotransmisores fluían? No era el momento de pensarlo. Ante la falta de serotonina, mejor trabajar.

- El niño que traje, Ketchup.

- ¿Sabes que eres un degenerado por llamarlo así? Se llama Emilio.

Guía de Emprendimiento PosapocalípticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora