Capítulo IX: desenmascaran al asesino

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En las postrimerías de octubre, el tempranero invierno, cubría el suelo de su blanca y virginal nieve, con el descenso de sus puros y diáfanos cristales que caían en sinuosos bamboleos desde un denso y opaco cielo que en su naturaleza permanecía dinámico, dejando filtrar algunos rayos solares para confluir con las sombras en un sublime diorama ante los ojos de Erick que le obsevaba atentamente tras abandonar el viejo complejo de apartamentos que habitaba. El pasmoso caminar del estudiante armonizaba con su taciturno semblante.

El joven Erick se encontraba dominado en ese momento por el sentimiento más complejo y conflictivo que a un hombre le puede invadir, ese que ha inspirado los poemas mas sublimes y los sonetos más solemnes; ese que ha insitado desde las más pequeñas travesías, hasta las más loables odiseas; ese que ha hecho posible las más inverosímiles alianzas y ha unido las naciones más antagónicas; ese que ha iniciado guerras, traído paz y, derrumbado imperios; ese que ha conquistado la vida y seducido la muerte..., ese incoherente sentimiento que no necesita fundamentos y carece de razones..., el amor. Ese que guardaba con gran recelo;con el más estricto hermetismo y restringía en la más oscura clandestinidad, mientras lo vivía involuntariamente, más como un castigo que como una dicha, y que lo confinaba a sus adentros, salvaguardado por una abnegada voluntad que frustraba sus propios instintos para no perturbar la alegría de su querida Anne, condenándose a sí mismo a guardar el secreto de su sentimiento en el más profundo silencio.

Las huellas sobre la límpida nieve marcaban el camino que tomó el joven sin prisa alguna, en dirección a un tradicional figón ubicado en un concurrido establecimiento del centro del pueblo, donde habría de encontrarse con su compañero Jhon, con el objeto de llevar a cabo una reunión de carácter académico, la cual conllevaba comúnmente a algunos otros temas de tipo más trivial, mientras se acompañaban de una tasa de café caliente popular en el sitio e ideal para el momento que les ofrecía el frío invierno. Su mirada errante se deslizaba por sobre los tejados como buscando alguna distracción, que por coincidencia encontraría más tarde al ver a algunos jovencitos entretenidos, jugando con algunos copos de nieve que hacían valientemente entre sus manos medio desnudas; veía el transitar de la gente sin encontrar estímulo alguno para su cabeza necesitada de algo ameno en que pensar. Entonces el estrepitoso relinchar de un par de negros caballos, que dejaban escapar su vaho a la gélida atmósfera, producto del greve esfuerzo que hacían al tratar vanamente de desatascar un pequeño carruaje que se había atorado en el denso y nevado suelo, en tanto que los pasajeros se apeaban con ánimo más de fastidiar a los caballos que de hacer impelimento alguno sobre el vehículo, llamó su atención, luego tras posar su mirada en la singular situación, pudo observar entre los espacios que dejaba el inmóvil carruaje y los agitados equinos, cómo una familiar silueta de penoso caminar, se movía al otro lado de la calle en dirección opuesta a la suya, al instante, Erick volvió sobre sus pasos para percatarse de que efectivamente era Joshua a quien miraba tan curiosamente y, quien para su sorpresa, en una actitud sospechosa y luego de un breve contacto visual directo, siguió indiferente su camino en un sobreactuado e innecesario intento de fingir no haberle visto, en su lánguido paso y con una torva mirada al frente. Atónito y confundido, el joven retomó su camino con mayor celeridad y un visible aspecto pensativo plasmado en su rostro.

No tardó en llegar aquel estudiante a la plaza central, que atravesaría oblicuamente para posarse cerca de su fuente de inmóviles aguas y pétreas figuras, para observar a lo lejos y entre la gente a el siempre puntual Jhon Williams que se encontraba delicadamente sentado en su silla, detrás de una rústica verja en aquel corriendo figón, donde pactaron su encuentro.

Al llegar ahí le esperaba en silencio, sentado a la mesa, aquel joven de fisonomía inteligente, vestido con un elegante traje de lino y una fina fedora sobre su cabeza, leyendo un libro de Destutt de Tracy. Erick se sentó frente a su compañero, contrastando con su modesto aspecto; pidieron un par de cafés a la hermosa mesera de cabellos rojizos y mirada inocente, para luego sin más dilaciones proceder a entrar en materia. La tertulia en su derroche de retórica y sabiduría, y alimentada por un par de egos algo inflados tomó el carácter de debate en más de una hora que duró aquella conversación, donde la dialéctica dejó sus mejores frutos, expresados en las más inteligentes tesis de índole jurídica.

Óbito de La Consciencia: Historia de un asesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora