capítulo II: la víctima, el comienzo del crimen

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Una tenue luz blancuzca bañaba las polvorientas callejuelas invadidas por la penumbra de la noche que había caído ya hace más de dos horas. La ligera brisa que surcaba de este a oeste, agitaba las frágiles ramas de débiles árboles plantados intermitentemente a lado y lado del camino y el crepitar bajo sus pasos de la hojarasca maltratada, irrumpian el monólogo de un paisaje enmudecido.

- No me malinterpretes - dijo Erick que fijaba su mirada en el horizonte-; no estoy en contra del progreso, y es que acaso quien puede estarlo realmente? Pero todas esas personas que confunden el desarrollo con el crecimiento son malintensionadas; egoístas disfrazadas de filántropos que agitan la bandera del progreso persiguiendo intereses propios a expensas del bienestar ajeno. O cuando menos son menos inteligentes de lo que presumen.

- Sabes lo que pienso de esto mi querido Erick - prosiguió Joshua que por el contrario fijaba su mirada en el suelo, mientras aún algunos confusos pensamientos contrariaban su cabeza deformando su cordura -; y es que es para esta gente la conciencia, lo que para un soldado es la cobardía, son como los templarios que olvidan su fe y cumplen ciegamente su objetivo sin principio alguno , encaminandose en una carrera cuyo fin se hace más cerca cuanto más lejos lo ven, sin darse cuenta de lo que han pisoteado en su andar..., y es que es el deseo el sentimiento más sordo y obstinado y, el dinero y el poder las herramientas más indiferentes..., son estos hombres aduladores de sí mismos; en su mayoría mezquinos y otros pocos amables sólo en apariencia, presumen mover el mundo cómo quienes vieron en éste realmente su prioridad, mientras presionado por su ego, su espíritu reboloteaba de lado a lado indistintamente, eso en cuanto a la perspectiva de la sociedad que es su juez, y quizás algún día su verdugo -respondió a cabalidad Joshua, sin embargo sombrías nubes se posaban sobre sus párpados trayendo a su subconsciente siniestros pensamientos.

- Si no encontramos favores sobre el bienestar social por parte del crecimiento, no hay progreso, y por tanto no lo podemos llamar desarrollo, ¡Es sencillo! Lo único que crecen son sus finanzas.

- Es indiscutible. Creo que lo difícil a resultado ser el poder distinguir la delgada línea que separa el ingenio de la imprudencia, la creatividad sin límites sufre de falta de sensatez, por eso la prefiero tan sólo en el arte.

- Sabes porqué traigo a colación el tema verdad?

- Desde luego, las razones son obvias. A poco más de un siglo de haber cruzado el Atlántico la revolución industrial, es ampliamente cuestionable en sus formas y consecuencias, sin entrar a examinar los pormenores, y vemos cómo transforma nuestro ecosistema en un penoso y lúgubre paisaje donde la única victoriosa es la fuerza opresora. Entiende que no condeno la idea, ni el fondo como tal, pues como todo en la política sometida a la rigurosa distorsión del tiempo, distan mucho las conclusiones de los objetivos originales.

- Sé concreto y señala como objeto de tu repudio al viejo Covington.

- No se quien es, no le conozco.

- Es el jefe de tu padre Joshua - El jefe de mi padre, no el mío, ya te dije, no le conozco- replicó de nuevo Joshua -; además, cuando me refería a « los hombres», no me fijaba en un individuo particular, hablo de la clase opresora en general, ¡ Que importa ese viejo! Si no es él, será otro...

En efecto, en los últimos años el ambiente local se había transformado paulatinamente, dejando atrás el carácter artesanal de las prosaicas fábricas tradicionales, por las emergentes factorías industriales, que con sus chimeneas humeantes y sus residuos fluidales ensuciaron aquel paisaje de comarca pastoril que irradiaba tranquilidad y armonía.

No sólo el cielo perdía su profundo azul a causa de las volutas de desechos humeantes que la teñían de un gris parco que entristecía sus días, así cómo sus aguas se contaminaban y se oscurecían mientras sus praderas se cubrían de hollín, también los pálidos y lúgubres rostros de la gente languidecían. Algunos semblantes sombríos casi famélicos sobresalían aquí y allá en lo que parecía una funesta imagen a blanco y negro.

Óbito de La Consciencia: Historia de un asesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora