Capítulo IV: El ángel de la muerte

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Los ígneos destellos del disco solar en el diáfano cielo de una extraña tarde florida de octubre, anunciaban el advenimiento de la noche. Era como si un extraviado día de primavera se hubiera incrustado en medio del otoño, un suceso raro a decir verdad, pero daba una atmósfera bastante conveniente para Joshua que disfrutaba de la compañía de Anne que parloteaba sin cesar palabras que él no se esmeraba por entender.

Estaba aún bastante iluminada la plaza central por los anaranjados rayos oblicuos del ocaso que aunque menos intensos aun reflejaban un leve brillo sobre las límpidas aguas de la una fuente repleta de pétreos cisnes en el centro de la plaza, mientras permitían a algunas rubias cabelleras dar esos breves destellos a contra luz propios de esos majestuoso tonos dorados. De repente la concurrida plaza habría de sorprenderse por una instantánea y prematura caída de la noche, a esto le acompañó una estupefacción generalizada en el rostro de la gente incluyendo a Anne. Así pues se comenzó a dibujar la inquietud y el miedo en los semblantes de las personas inspiradas por un lúgubre ambiente que invadió el lugar.

Un fuerte viento resopló desde el Este, agitando aún mas a la gente que a los famélicos y temblorosos árboles que amenazaban con caer rendidos a las fuerzas de Eolo; a causa de la exaltación producida por éste fenómeno en un breve lapso la abarrotada plaza central habría de quedar vacía por motivos aún ignorados por Fillipovic quien sujetaba fuertemente la mano de Anne que parecía querer también abandonar el lugar con premura, el ambiente se hacía cada vez más pesado e insoportable, mientras el escepticismo de joven se veía resquebrajado por un espectro alado que descendía desde el cielo para posarse sobre un busto de bronce como monumento a George Washington que se encontraba cerca de la fuente en el centro de la plaza.

El espectro parecía provenir más del inframundo que del mismo cielo, tenía un aspecto avernal; un par de ojos rojos y flamígeros, intimidantes e inquisidores le dominaban su anguloso rostro y a su cuerpo de pies a cabeza le invadía un color negro profundo sin matizar al igual que sus formidables alas que desplegaba esporádicamente para abarcar parcialmente el firmamento con su ingente envergadura.

En medio del asombro Joshua pudo percatarse de la ausencia de su pareja, y de que aquí y allá pululaban en la plaza cuerpos sin rostro inertes sin dar cuenta de su origen, en ese momento aquel ángel de la muerte - bien podríamos llamarle así- se inclinó acercandose al joven para susurrarle palabras que a este le resultaban ininteligibles. En tanto que se esforzaba por comprender las palabras que escuchaba divisó no sin cierta dificultad a setenta yardas de distancia un hombre alto, de complexión robusta, sombrero y pelo relativamente largo; de edad avanzada que vestía un gabán negro, éste le hablaba a lo lejos y le miraba con mucha familiaridad como si le distinguiese , pero su cara no le resultaba conocida. El terror le invadió y empezó a retroceder lentamente sin poder separar su rostro de la demoníaca cara del espectro quien alcanzó a decirle unas últimas palabras esta vez completamente entendibles para el joven: « ...ya va el primero»

Los sueños son el camino mas seguro de llegar al subconsciente, o el camino real opinaría Freud.

Un brusco movimiento le levantó de la cama a la cual aún se unía por entrelazar sus manos con las de Anne que todavía yacía sentada en ésta, inmediatamente le soltó dejando entrever el asombro de su mirada, volteó su rostro y se asomó a la ventana para complacerse en ver aquel paisaje pintado en tonos amarillentos, ocres y cafés sobre el marchito follaje del que resaltaban las muchas hojas secas de una y otra especie arriadas por el vaivén de los vientos.

- fue un sueño -exclamó Joshua a viva voz a la vez que le invadía un sentimiento de pudor al darse cuenta que permanecía aún en ropas blancas frente a la casta Anne.

- Sí, ha sido una pesadilla - le respondió Anne mientras reía discretamente con una mano tapando su boca-, y es que has dormido un montón, son casi las diez, y si bien es domingo recuerda que prometiste ayer venir conmigo a casa de tía Caterinhe..., y llevo aquí casi dos horas esperando a que despiertes, pues no quise interrumpirte.

Óbito de La Consciencia: Historia de un asesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora