IV

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[Comenzaré a publicar sin corregir, para que puedan leerla y luego la cambiaré, porque debido a las clases no tengo tiempo de corregir.]

Ronan me enseñó a desnudarme.

Cuando creí que mi aprendizaje había terminado, me mostró la belleza de la desnudez propia, del viento golpeando directamente la carne, sin impedimentos, me mostró su cuerpo erguido y despojado de cualquier prenda una y otra vez hasta que cada uno de sus rasgos se grabó en mi memoria.

Casi a diario recurríamos al arroyo para desnudarnos y apreciarnos, juguetones, salpicándonos la naturaleza en cada poro de la dermis.

Su heterocromía jamás dejó de parecerme fascinante, noté que a la luz directa del sol, su iris verde se tornaba color miel y el azul, parecía aclararse aún más, como un gato.

Creí que jamás vería a Ronan con alguna prenda... hasta que le invité al pueblo.

Llevábamos entonces casi tres meses de encuentros a diario, intercambios de palabras y de pieles desnudas. Y un día mi madre me dijo que era tiempo de ir a vender las cosechas al pueblo, porque luego madurarían y nadie las compraría.

Teníamos una motocicleta vieja, que sólo yo sabía conducir, para hacer eso. Y no quise dejar a Ronan ese día, porque ya me había acostumbrado demasiado a él.

Acudí a él en la mañana y le avisé de la situación. Él accedió a acompañarme y, justo cuando tenía la carga lista, apareció.

Jamás le había dicho con exactitud en dónde se ubicaba mi casa, pero él allí estaba, como si conociese el lugar de toda su vida.

Y ahora, frente a mis ojos, como si le viese por primera vez, me resultó excéntrica la cobertura de su cuerpo.

Se notaba que era ropa muy fina, de calidad y a mí me agradó. Sus pantalones eran largos, hasta el talón, holgados, de mezclilla, rasgados a propósito en las rodillas, dejando ver la nívea piel.

Los zapatos deportivos tenían suela blanca y líneas naranjas a los costados.

Y su camisa era fascinante, jamás vi una así. No tenía mangas, pero sí tiras anchas y dejaba apreciar con total naturaleza, la zona de su abdomen, también de tela naranja y aparentemente ligera.

Sonreí inevitablemente al verle, mientras amarraba las cargas a la motocicleta y él se acercó.

—¿Qué pasa con esa mirada? —Inquirió.

—Es la primera vez que te veo así —comenté—, no lo esperaba.

Él rió, se rascó la nuca y se encogió de hombros.

Mi madre salió de la casa justo en ese momento y nos encontró allí hablando.

—¿Y él quién es, Shea? —Interrogó la mujer mientras se acercaba. Ronan dudó, se vio temeroso por primera vez y le vi desviar la mirada.

—Él es Ronan, mamá, el que a veces nos regala comida, quien me ha enseñado tantas cosas —Lo presenté con orgullo—. Ronan, ella es mi madre —indiqué amablemente, tomándolo por los hombros para acercarlo a ella.

—Hola, es un placer —dijo ella, extendiéndole la mano.

Ronan levantó la vista y la estrechó suavemente y con temor.

No pasó mucho antes de que la pequeña Mairín apareciese abrazando a Ronan por la cadera. Él pareció asustarse y la miró temeroso, parecía un cachorrito asustado, pero terminó por sonreír de manera mínima.

—Igualmente... es bueno conocerlos —murmuró.

Mi madre comprendió que él me acompañaría ese día, así que se despidió y nos fuimos de allí sin mucho más espectáculo.

El joven que desnudo en su hamaca me enseñó a vivirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora