IX

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Los ojos del hombre parecían estar en llamas.

Gateé apresurado por el suelo intentando escapar, pero la mano fuerte y grotesca agarró uno de mis tobillos descubiertos debido al pantalón corto y me arrastró por el piso, grité intensamente y lo último que vi fue la mirada de Mairín asustada, siendo detenida por mamá cuando quería correr.

El hombre me encerró en la habitación y levantándome por el cuello de la camisa estampó mi débil anatomía contra una pared, mis piernas flaquearon y lleno de pánico, aunque lo intentara, mi garganta estaba tan fuertemente anudada que el sonido no salía para pedir auxilio.

—Así que decidiste volverte un marica —entonó violento.

Mi vista acuosa se volvía cada vez más borrosa y rojiza segundo a segundo.

La bestia humanizada ante mis ojos se quitó un grueso cinturón marrón de cuero que sostenía sus pantalones de tela grises y dejó su abrigo a un lado.

Me agaché por impulso, pero entonces la correa reventó mi espalda haciéndome gritar, rasgando el nudo en mi garganta y me cubrí la cabeza con las manos, que resultaron también heridas por el cuero de aquello que el hombre usaba como una fusta. Y siguió con mi espalda, golpe a golpe sentía que me rompía, cada vez se sentían más vivos en mi carne y la sensación de un fluido deslizándose me alertó: estaba sangrando.

Mi garganta se desgarró por completo hasta que ya no podía gritar por sus golpes y solo escuchaba el chasquido de mi piel reventándose, las lágrimas que se escapaban de mis párpados cerrados parecían también de sangre y me quedé sin fuerza tirado en el suelo. La suela de un zapato estrelló mi cráneo con el suelo y el sabor metálico que pronto rozó mis labios indicó que mi nariz también estaba rota. La punta del zapato me empujó y dio la vuelta a mi cuerpo sobre el suelo para que estuviese boca arriba, pero yo ya no podía hacer nada para evitarlo.

Vi su rostro borroso, el bigote canoso y los ojos amarillentos que me observaban con asco.

La correa envolvió mi cuello y entonces fui manejado como un perro, asfixiándome cuando el hombre tiró de la esquina para levantarme del suelo y yo apenas pude hacerlo, poniendo las manos débiles en el suelo que se había manchado con mi sangre. Él abrió la puerta y salió conmigo amarrado del cuello. Mis piernas apenas podían sostenerme, caminando todo lo rápido que podía.

—¿¡Qué le hizo!? —Oí gritar a Mairín. Detesté que me viese de ese modo tan devastador—. Mamá, suelta... ¡suéltame, está sangrando!

Yo ni siquiera pude girar la cabeza para mirarla, pero sabía que estaba llorando.

Fui llevado a la cocina y allí caí en el suelo de nuevo. Intenté sostenerme de rodillas, pero me sentí miserable viendo mis nudillos sangrantes y mis brazos se doblaron al desplomarme sobre el suelo. Él soltó la correa y entonces el ruido de la bolsa de basura me confundió, intenté aclarar la vista al girar hacia un lado y verlo caminando hacia mí con los desechos. No sabía qué estaba haciendo hasta que sentí un líquido salpicar mi espalda que se percibía desnuda, quizá hubiese roto mi camisa, pero, en ese momento todo en lo que pude pensar fue en que todo el líquido de los desechos se estaba derramando sobre mí y ardía en cada herida como una ponzoña letal o un ácido destructivo.

—Púdrete —dijo en voz alta, taladrando mis oídos, jalando una última vez de la correa para sacarme de la cocina y dejarme en el piso a un lado del comedor, moribundo y con putrefacción en mis heridas.

Me dormí allí. Supuse que no pasó mucho tiempo antes de poder abrir los ojos, pero seguía en el mismo lugar, inmóvil, ahora sin la correa en el cuello, pero mis articulaciones no funcionaban y mi espalda picaba.

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⏰ Última actualización: May 28, 2019 ⏰

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El joven que desnudo en su hamaca me enseñó a vivirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora