Amanecí entre sábanas revueltas, con nuevas sensaciones extrañas entre las piernas y un par de espasmos acompañando cada movimiento. Los ojos heterocromáticos de Ronan ya se encontraban abiertos, atentos a mí. Y sonreí aquella mañana, con las mejillas rojas como una cosecha de tomates y el corazón latiendo tan rápido que parecía más bien zumbar.
—¿Vas a quedarte hoy conmigo? —inquirió, llevando lentamente su mano a mi mejilla izquierda y acarició, afectuoso.
—Mi madre va a preocuparse —expresé—, pero siendo sincero, no puedo moverme.
Ambos reímos en voz baja y entonces él revolvió mis cabellos y yo observé los suyos, tan ondulados como siempre, tan castaños. Justo entonces entendí que Ronan de verdad era muy atractivo.
Sentí sus piernas junto a las mías y el calor tan cercano que podía verme pronto dormitando de nuevo.
—Quédate conmigo, por favor. Yo puedo darte de comer... y darte besitos, abrazarte todo el día y cuidar de ti —ofreció, expectante—. Déjame consentirte un poquito.
Y se lo permití, asentí entre sus brazos para hacer un esfuerzo de acercarme aún más, para que mi cabeza reposase en su pecho, oía sus latidos y sentía su respiración como propia, y es que era tan cálido, tan cariñoso, que me volví a dormir.
Me despertó de nuevo con un desayuno en la cama, unos huevos revueltos con cebolla y tomate, un jugo de naranja y un par de bizcochos caseros.
Más tarde se encargó de llevarme al baño y asearme debidamente, cada parte, cada pliegue de mi ser, ya tan conocido por él; se tomó el atrevimiento de lavar mi cabello y todo mi cuerpo con sus manos, con mil caricias y besos de por medio.
Entendí en un sólo día que quería tanto a Ronan, que no podría ya vivir sin su presencia.
Ronan era mi novio, pero, la relación seguía siendo igual... y entonces, pensé en preguntarle si debía hacer algo más como su novio, aunque sabía que respondería que tal y como era yo, estaría perfecto.
Ese día me prestó algo de su ropa, unos pantaloncillos cortos de color azul oscuro y una camisa a rayas rojas; avisando que aus abuelos estaban en casa. Prácticamente me arrastró a conocerlos pese a la comodidad de la piltra, yo tenía miedo de hacerlo, también.
Eran una pareja vieja, ambos tenían el cabello canoso por completo, algo de sobrepeso y la piel llena de arrugas; inexpresivos, incluso llegaron a darme miedo. Y Ronan, como si nada, me presentó con ellos.
—Él es Shea, es mi novio —acotó, señalándome, pero ninguno de los dos tuvo reacción alguna.
—Un placer —mencionó la abuela, sin mucha empatía.
Fue un saludo triste y seco, pero no quería exigir más. Así que Ronan me llevó afuera, nos recostamos en la hamaca, yo encima de él.
—Mi mamá te hubiese abrazado —mencionó—, ella estaría tan feliz de que su hijo... al fin fuese aceptado.
—¿Por qué? —pregunté inocente—. ¿No sería normal para ella?
—No, no, por eso mismo de que yo era la basura de la ciudad.
—Ronan...
—Lo siento, lo siento —murmuró entre risas—; pero lo cierto es que ni yo mismo había pensado gustarle a algún chico.
—Eres guapísimo —comenté, sin saber del todo qué tan bien había sonado lo que decía, pero Ronan carcajeó.
—Dios, Shea...
—¿Qué? —repliqué con una risa ahogada.
—Te estás volviendo muy atrevido —mencionó, revolviendo mis cabellos.
—Pero... supongo que es la verdad. Es decir, jamás había convivido con alguien de mi edad y... es que resultaste ser una maravilla, cuando te miro, siento que estoy observando lo más bonito del mundo; tus ojos, tu cabello, tu piel... es muy curioso, ¿sabes? Me parece muy lindo todo.
—Igual... tú a mí, me pareces muy bonito, demasiado tierno; aparentas menos edad de la que tienes y... realmente me gusta eso, sentirte joven, imaginarte aún jovial luego de un tiempo.
Sonreí, Ronan me acariciaba, acicalaba mi cabello, se hacía cargo de llevarme hacia el paraíso, rozar con los dedos un montón de sensaciones que parecían hermosas, que se percibían afables sobre mi piel y en mis sentimientos.
El dolor en mi espalda baja perduró por casi todo el día, era una sensación punzante, pero me obligué a acostumbrarme para hacer ciertas cosas con él y no preocuparlo de más.
Leímos, estuvimos la mayor parte del tiempo recostados e inmersos en nuestro propio mundo.
Me preocupaba lo que estuviese pensando mamá en casa. Pero de alguna manera sentía que ella lo merecía, que yo podía vivir con quien quisiera y salir con quien quisiera y ese no debería de ser su problema.
Yo preferí a partir de algún punto, confiar más en la palabra de Ronan, que parecía saber más que mi madre acerca de cómo debíamos vivir. Confiaba tanto en él como él confiaba en sus libros.
Y si él decía que con una pomada sanarían mis hematomas, así sería. Le permití aplicarme varias cosas para dejarme sano y accedí a quedarme también todo el día con él.
Sus abuelos no parecían disgustados con mi presencia en casa cuando llegaron en la noche, me dieron la cena y todos compartimos en el comedor sin hablar de nada.
Era extraño, no se sentía como si Ronan y esas personas fuesen familia. Él solo se dirigía a ellos para algunas cosas y no intercambiaban palabras. Las miradas de los mayores eran fulminantes, pero no nos desaprobaban del todo.
Y encerrados en su habitación, nos quedamos hablando en voz baja bajo las sábanas. Ronan era increíble.
Solo cuando estuvimos cansados a punto de dormir, él apagó la luz y se acomodó a mi lado, rodeándome con sus brazos.
—Shea... ¿te gustaría viajar a alguna parte conmigo? —inquirió en un susurro sobre mi cuello.
—Quizás —respondí riéndome—, la verdad es que no conozco nada más allá del pueblo.
Él rio conmigo y me acarició la espalda con cuidado, dejando sus besos sobre mi piel, repasando aquellas marcas pequeñas en mis clavículas que había dejado en nuestro acto pasional.
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El joven que desnudo en su hamaca me enseñó a vivir
Historia CortaA quienes todavía comparten ese placer, de no llevar ropas y aún así vivir bien, se les otorga el más benévolo de los compañeros, pues su pureza lo amerita. Se les entrega en manos, cual mascota recién nacida, la inocente presencia de una criatura v...