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Una tarde, luego de recoger algunos vegetales y volver a casa para el almuerzo, junto a mi hermanita, conocí el infierno.

No mucho después de dejar las canastas llenas de comida sobre la mesa, mi mamá salió de su habitación.

La mujer llevaba las escleróticas rojas, propias de un llanto bestial y los párpados hinchados. Me preocupé por ella, Mairín se acercó también.

—Mamá, ¿qué pasa? —Pregunté acercándome a ella a paso lento.

No alcancé a estar ni siquiera lo suficientemente cerca de ella antes de chocar contra el borde de la mesa al recibir desprevenido una bofetada de la mujer.

Y no entendía, no sabía qué pasaba. Todo se mantuvo en sosiego antes de volverla a mirar a los ojos. Otra bofetada.

—¿Mamá?

—¿¡Por qué no me dijiste que te estabas metiendo con tipos así!? —Vociferó.

La palabra "tipos", me señaló específicamente el rostro de Ronan. Entendí menos.

—¿Quién? —Pregunté por si acaso.

—¡El sinvergüenza del otro día! ¿Sabes qué tan mal quedamos en el pueblo por tu culpa? La señora del supermercado vino de visita y me lo contó —describió, mirándome con el rostro enrojecido por la molestia.

—Ronan no es malo...

—Es un afeminado, de seguro quiere ser mujer... y lo abrazaste... ¿cómo hiciste eso? ¡En el pueblo piensan que mi hijo es un desviado, pareja de un... travesti!

—Hey... no le digas así —me ofendí, tratando de volver a acercarme.

Ella arremetió, bofetada, tras bofetada, su mano caía más fuerte, hasta presionar sus dedos en un puño, los nudillos impactaron en mi mejilla izquierda y nariz, el calor líquido escurriendo por mis labios me hizo saber que sangraba.

—¡No vuelvas a hacerlo! ¡No vuelvas a salir así! —Advirtió, jalándome de los cabellos, caí de rodillas al piso y seguía sintiendo golpes fuertes—. No vayas a adoptar esas ideas... asqueroso. ¡Repugnante!

Se detuvo ante un chillido ahogado de Mairín, quien corrió hacia mí y se interpuso entre ambos, con las mejillas rojas y empapadas, levantó sus brazos y negó.

—¡No le pegues, mamá! —Rogó.

Mi madre sollozó furiosa y yo me mantuve de rodillas en el piso, aturdido.

—¡Mamá! Shea no tiene la culpa... ¡tienes que entender! Él sólo vive con nosotras y... necesita amigos. ¡El otro chico parecía bueno e incluso nos da comida rica!... Yo sé que... —cortó las palabras tras un sollozo intenso por falta de aire al hablar— tú me enseñaste que hay un Señor que creó un niño y una niña para estar juntos... pero no creo que el amigo de mi hermanito esté mal... el parecía realmente feliz con Shea... y si... si ellos se abrazan y están juntos no está mal... porque... Shea ha aprendido mucho y está contento...

Mi madre bajó los puños, sollozando, Mairín seguía con los brazos extendidos, sirviendo como un escudo para mí.

—Pero vamos a ser una burla... —Se quejó mamá.

—Nadie se va a reír de nosotros, porque tenemos que estar felices. Y así no van a molestarnos —Mairín seguía.

Mi madre no pudo más, era una mujer de corazón frágil, jamás la vi enojada conmigo y la escena anterior significó para mí un susto enorme; pero no podía estar en contra de sus hijos, porque eran lo único que a ella le restaba. Y a pesar de seguir desentendiendo los motivos de su enojo, ella se calmó.

Aquella vez fui yo quien tuvo que cocinar, aunque tuviese el rostro inflamado y no pudiese estar completamente consciente, así pasó.

Y sin avisar, por miedo a ser confinado a las paredes de mi casa, salí en la búsqueda de Ronan, de sus besos, abrazos y palabras. Olvidé mi sombrero de paja en casa  y fui corriendo para él, con el poco raciocinio que aún yacía en mi cabeza.

Una vez me vio, me estrechó entre sus brazos fuertemente, revolvió mi cabello y llenó mi rostro de pequeños besos, efímeros, delicados.

—¿Qué ha ocurrido? —Quiso saber, preocupado por mi estado.

Dudé en decírselo en un principio ya que se involucraba directamente con él, pero terminé por contarlo a detalle, entre algunas lágrimas. Y él lloró, fue la primera vez que lo vi tan triste. Pero más que su rostro, sus palabras resultaron hirientes:

—Sabía que te traería problemas, lo siento.

No pude evitar estrecharlo en mis brazos con fuerza, negando una y otra vez.

—No es así, Ronan, te equivocas. Ya está todo bien... ella va a entender que no eres alguien malo. ¡Has hecho demasiado por mí y no te he dado nada a cambio!

Me dediqué a limpiar sus lágrimas y sonreír tras las mías.

Y próximamente, aunque el rostro me doliera con los terribles hematomas, me junté a él. Le di un beso, como aquellos que él me ofrecía a mí.

Deseé hacerlo feliz a toda costa, divisar la sonrisa en sus facciones y sacarle de la cabeza las ideas negativas. Succionar de sus labios la negatividad y soltarla al aire, como si fuese un animal.

—Shea... no puedes hacer algo al respecto, así se piensa de mí en público. Incluso hay peores —Ronan hablaba, melancólico y cabizbajo—. Tú... para mí tú eres el indicado... la persona perfecta, pero si mi presencia te trae problemas... es mejor entonces que me quede solo.

Con la violencia de quien se niega a dejar sus riquezas, le dije que no, que las cosas no eran así.

Y le dije tantas cosas maravillosas de él, que volví a hacerlo llorar. Lo tomé de la mano, corrí junto a él al arroyo y con la decisión ya tomada, me quité la ropa como solía hacerlo.

Tras un beso acalorado y caricias delicadas, tomé sus facciones entre mis manos y, con el corazón en la garganta, incluso si no estaba seguro de la significación de mis palabras o si jamás las había dicho, quizá si tampoco sabía qué ocurriría después, mi voz salió fuerte, colmada de ilusiones:

—Tú me gustas, Ronan.

El joven que desnudo en su hamaca me enseñó a vivirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora