Capítulo 28: Dos cosas sobre las despedidas

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Arthur descubrió dos cosas curiosas aquella tarde:

La primera: Nunca antes en su vida había afrontado una despedida real.

Había huido, eso era lo que siempre hacía. Escabullirse sin avisar, sin consultar, y sin pensar en nadie más. Ahora pensaba en todas aquellas ocasiones que habrían ameritado una despedida: Sus hermanos encabezaban aquella lista, no eran los mejores, pero cuanto menos merecían un "adiós". Alfred era el segundo, se había ido cual cobarde una noche mientras el niño dormía. Y por último sus amigos, nuevamente pensó únicamente en sí mismo y les abandonó sin explicar cómos ni porqués.

—En todo caso—. Se dijo a sí mismo frente al espejo del baño. —Esta es una oportunidad para corregir las cosas, me despediré correctamente de él... Si, lo haré.

No era capaz de discernir la razón por la cual el simple hecho de evocar ese pensamiento le dolía. Claro, apreciaba al muchacho, no iba a negarlo, solo no lo admitiría frente a él. Pero sabía que era lo mejor para ambos, era lo que llevaban tanto tiempo buscando, ¿Entonces por qué resultaba tan devastador?

Descubrió sorprendido, gracias a la imagen que el espejo le devolvía, que sus ojos comenzaban a humedecerse. No tardó en secarlos con sus manos antes de que las lágrimas tuviesen siquiera oportunidad de formarse. Trató entonces de rememorar su idílica vida en el mundo feérico, y todas las bellezas que este ofrecía, recordó lo que era montar sobre un unicornio, surcar el estrellado firmamento volando, llegar a una isla de cristal habitada únicamente por hermosas doncellas, noches enteras de danza y alegría, magia, amigos, ese mundo era SU mundo, nunca debía olvidar aquello.

Sorpresivamente, nada de eso sirvió para despojarlo de aquella aflicción que le dominaba. Actualmente su mundo no ofrecía ningún atractivo real para él.

Al darse cuenta de todo aquello, no pudo sentir más que odio hacia sí mismo, por lo estúpido que fue. Todo el tiempo que había perdido encerrado en aquella casa sumido en la melancolía. Aquellas exhaustivas horas de miseria debieron haber sido dedicadas a la alegría, a recorrer y conocer aquel nuevo mundo de posibilidades que él siquiera se atrevería a imaginar. Si tan solo tuviese mas tiempo...

Había tantas cosas por hacer, y el tiempo parecía escurrirse entre sus manos. ¿Así se sentían los moribundos? Así era querer ver atrás en tu lecho de muerte, ¿Y darte cuenta de que no has hecho nada que valga la pena? Era patética y asquerosamente lamentable.

Luego de lavarse la cara salió del baño, y se encontró con Alfred.

Allí descubrió la segunda cosa: Lo increíblemente devastadora que puede resultar una simple despedida.

No era el simple hecho de decir adiós, sino todo lo que aquella palabra arrastraba detrás de sí. Despedirse de Alfred, significaría que esa sería la última vez que se verían, que luego de aquello sus caminos ya nunca más volverían a cruzarse, y como Alfred había dicho antes, a pesar de ser más joven el envejecería y moriría, mientras que Arthur permanecería igual, incorruptible por el paso del tiempo, por quién sabe cuántos años más. Todo lo que Alfred es, todos los objetos que hubiese poseído, todas las personas que conoció. Eventualmente todo aquello desaparecería, y Alfred se convertiría en un recuerdo que únicamente existiría en la mente de Arthur. Todo en aquel mundo prisionero del tiempo envejecía lentamente, mientras tanto Arthur seguiría siendo eterno.

Alfred se encontraba sentado en el suelo, demasiado cerca de la televisión, jugando un videojuego. El inglés se sentó en el sillón detrás de él y permaneció un prolongado momento observándolo en silencio, intentando vislumbrar cada detalle del muchacho para atesorarlo por siempre en su memoria. Si el caprichoso destino disponía que no quedase más que un recuerdo de él, al menos se aseguraría de que fuese nítido, perfecto, y hermoso.

Fairytale (usuk)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora