Capítulo 31: Paz

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Al separarse se miraron unos instantes con los ojos brillando, sin ser capaces de decir nada.

—L-lo siento—. Se disculpó Alfred sin saber cómo interpretar la reacción del británico, pues lo mínimo que esperaba es que este lo empujase al vacío después de aquello, no obstante aquel silencio lo desconcertaba. –Eso estuvo totalmente fuera de lugar, no debí...

—¿Te arrepientes?—. Inquirió el británico bajando la vista.

—Para nada—. Confesó aferrándose fuertemente a la fría y desgastada barandilla de madera. —Pero es que...

Nuevamente se vio incapaz de terminar lo que decía, pues Arthur había vuelto a interrumpirlo; pero esta vez no lo hizo con palabras, sino que lo abrazó con fuerza para devolverle el beso que el más joven le había dado antes.

¿Qué hacer? ¿Qué decir? De pronto todo lo demás en el mundo estaba de sobra, ellos dos eran lo único que importaba. La sensación que ambos experimentaban era de inefable dicha, ¿Cómo explicar la sensación de estar tocando el cielo? ¿Vale la pena siquiera intentarlo? Era simple y llanamente un beso de cuento de hadas.

—Siete minutos y medio—. Se jactó Arthur luego de que se separasen. —Dile eso al tal Ivan.

Al oírlo Alfred no pudo evitar romper en carcajadas mientras se disipaba el rubor de sus mejillas.

—No puedo creer que todavía te acuerdes de eso.

Nuevamente se quedaron unos instantes mirándose el uno al otro, mientras que una leve sonrisa se formaba en sus labios.

—¿Por qué sonríes como idiota?—. Preguntó Arthur, advirtiendo que ya era prácticamente de noche.

—Porque soy un idiota feliz—. Respondió el más joven sin dejar de sonreír. Y ciertamente estaba completamente seguro de lo que decía.

Entonces notó también las estrellas que comenzaban a poblar el cielo del cual los tonos cálidos anteriores ya se veían muy a lo lejos en el horizonte, mientras que el nocturno azul oscuro era ahora predominante, y en el que también comenzaban a advertirse pequeñas estrellas, más abundantes de las que podrían ver en la ciudad.

—¡Mira eso!—. Agregó rápidamente señalando el cielo tras divisar una estrella fugaz. —¡Pide un deseo!

Tras decir eso dejó un tierno beso en la frente de Arthur, quien volteó rápidamente y fue capaz de apreciar el espectáculo.

—¿Qué pediste tú?—. Inquirió tras cerrar los ojos y formular su deseo mentalmente.

—Nada, no hay nada que necesite justo ahora. ¿Y tú?

—No se hará realidad sí lo confieso.

"Deseo que seas feliz" Repitió en su mente tras decir aquello.

Ya siendo de noche, las luces de la ciudad destacaban aún más, y al observarlas descubrieron que el parque de diversiones que habían visto anteriormente ya había abierto.

—¿Quieres ir?—. Preguntó Arthur encogiéndose de hombros.

—Lo único que quiero hacer ahora, es besarte de nuevo—. Dijo Alfred con una sonrisa, para luego atraer al británico sosteniéndolo de la cintura y nuevamente besarlo con necesidad, hasta que el frágil suelo de madera crujió debido al peso de ambos.

—S-será mejor que nos vayamos, esto es peligroso—. Alertó Arthur volviendo nuevamente a tierra sosteniendo al más joven de la mano para que le siguiera.

A pesar de que la bajada no era tan dura como la subida, ciertamente poseía un buen grado de dificultad, y este se acrecentaba ya que al ser completamente de noche, la luz era escasa, Alfred temía caer y rodar, o toparse con algún alimaña en el trayecto, aunque ya había ido allí varias veces desde su infancia, y siempre le aterraba bajar en la oscuridad; no obstante valía la pena tragarse todo aquel miedo con tal de hacerse ver con el británico.

Fairytale (usuk)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora