Capítulo 33: Cartas

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Tan ferviente era el temblor de su mano, que el delgado papel cayó de esta trazando el aire hasta finalmente llegar al suelo.

Solo cuando el vidrio de sus anteojos comenzó a empañarse debido a las rebeldes lágrimas que empezaron a escapar de sus ojos azules, se dio cuenta de que aun los llevaba puestos.

Sorbió el líquido que de pronto caía de su nariz entre tanto intentaba limpiarse las mejillas con las manos que aún le temblaban.

Se puso de pie torpemente para luego casi chocarse con la puerta al intentar salir, estaba tan desesperado por encontrar a Arthur que apenas veía por donde caminaba.

Revisó el pequeño departamento en toda su intimidad al menos unas tres veces, incluso se fijó bajo la mesa y dentro del refrigerador, no sabía por qué, pero aún así lo hizo. Salió al patio incluso y recorrió la manzana. Demás está decir que no encontró absolutamente nada.

Al volver a entrar en la casa y revisarla nuevamente, subió corriendo a su habitación. Quiso gritar... maldecir, lo que fuese, pero lo único que escapó de su garganta fue un débil y sollozante gemido similar al de un animal herido. Se abrazó a sí mismo para dejarse caer nuevamente en la cama en posición fetal.

Un nudo se le había formado en el estómago, su pecho dolía inmensamente, y debido a la enorme congoja de su llanto apenas podía respirar. Finalmente, a pesar de la repentina sequedad de su garganta fue capaz de gritar.

No sabía porque creyó que eso le haría sentir mejor, pero por el contrario fue como si aquel grito rasgado y cargado de dolor fuese la llave que abrió la puerta para que todo su dolor pudiese salir.

Ese día no encontró las fuerzas suficientes siquiera para salir de la cama; no fue a trabajar y faltó a la universidad. Las horas pasaron lentas y dolorosas hasta hacerse de madrugada, pero Alfred no fue capaz de conciliar el sueño en ningún momento. Permaneció allí, recostado en posición fetal, llorando hasta que le causó dolor de cabeza, apenas pudiendo respirar, y cada vez que el llanto parecía aminorar aunque fuese un poco, volvía a leer la carta con sus ojos secos y cristalizados, para comenzar nuevamente a sollozar de forma tan intensa como la primera.

***

A pesar de su extenuante cansancio tanto físico como mental, el sueño parecía evadirlo intencionalmente. Bastaba con que cerrase los ojos para que el espectro de una naciente pesadilla surcase su mente.

Por la cortina medio abierta de la ventana frente suyo percibió, sin interés alguno, como el sol comenzaba elevarse desde el horizonte dando así inicio a un nuevo dia, y como este le lastimaba los ojos que habían expulsado lágrimas hasta entonces sin descansar ni un minuto, no sabría discernir si no poseía las suficientes ganas o las suficientes fuerzas para levantarse a cerrar aquella cortina, por lo cual simplemente volteó, dándole la espalda a la luz para poder seguir vomitando sus penurias bajo el reconfortante manto de la oscuridad.

De pronto se vio a sí mismo nuevamente dudando de la existencia de Arthur, intentando buscar razón o excusas para sus apariciones y desapariciones. Se cuestionó si no estaba realmente loco, y en el caso contrario si no sería mejor estarlo.

De haber tenido teléfono celular, habría estado recibiendo todo el día miles de mensajes y llamadas de sus amigos tanto de la universidad como del trabajo, los cuales al no obtener respuesta alguna inmediatamente se comunicarían con Matthew para preguntarle si sabía la razón de que Alfred descuidase sus actividades, y obviamente preocupado por su hermano, el joven canadiense estaría reventando su casilla de mensajes con llamadas. De haber sabido esto, Alfred habría contestado a Matthew al menos una vez, porque sabía bien la regla del canadiense: Si llegaba a enterarse de que había problemas le llamaría por teléfono, y si pasaban veinticuatro horas sin noticias de su hermano, tomaría el primer avión disponible hacia Estados Unidos.

Fairytale (usuk)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora