Eren Jäger estaba solo en casa preparando la cena para su madre cuando la tormenta cayó sin previo aviso.
Un instante antes estaba preparando la masa, y un segundo después corría por la vieja casona, conocida como West Windward y hogar de la acomodada familia Ackerman, cerrando ventana y puertas mientras las gotas de lluvia azotaban el tejado como si fueran balas.
Cuando se acercó a la puerta de entrada para cerrarla vio una figura oscura y mojada que avanzaba hacia el en la oscuridad.
El corazón se le subió a la boca un instante por el miedo, pero luego reconoció quién era.
-¡Levi, eres tú! ¿Qué estás haciendo? ¿Te encuentras bien? –se le quedó mirando y se fijó en que tenía sangre en la sien por un corte que presentaba mal aspecto-. ¿Qué ha pasado? –contuvo el aliento y le sostuvo cuando él se tambaleó.
-Cayó una rama cuando estaba cruzando del garaje a la casa y me dio en la cabeza –murmuró él-. Menuda tormenta.
-Ven conmigo –Eren le puso la mano en el brazo-. Te curaré la herida de la cabeza.
-¡Lo que necesito es una copa! –replicó Levi, pero se tambaleó al decirlo.
-Ven –Eren le guió por la casa hacia el salón del servicio. Daba a una cocina pequeña pero confortable. Quitó la labor de su madre del sofá y Levi Ackerman se dejó caer agradecido en él. Se tumbó y cerró los ojos.
Eren se puso manos a la obra. Media hora más tarde le había limpiado y vendado el corte de la cabeza mientras fuera llovía y granizaba. Entonces las luces se apagaron y el chasqueó la lengua, sobre todo porque tendría que haberlo previsto. Cuando había tormenta solían quedarse sin luz en aquella zona. Afortunadamente, su madre tenía a mano lámparas de queroseno, así que anduvo a tientas en la oscuridad hasta que dio con ellas. Encendió un par de ellas y llevó una al salón.
Levi estaba tumbado inmóvil con los ojos cerrados y tenía el rostro muy pálido. Se lo quedó mirando y sintió una oleada de ternura, porque la verdad era que Levi Ackerman era guapísimo. Media un metro ochenta y dos, tenía el cabello oscuro, herencia de su linaje japonés, y unos ojos grises y traviesos.
Eren estaba enamorado de Levi desde los quince años. ¿Cómo no iba a estarlo?, se preguntaba en ocasiones. ¿Cómo podría alguien ser inmune a aquella aura tan devastadoramente sexy? Aunque él era tuviera dieciocho años y Levi diez más, seguramente podría ponerse al día.
Lo cierto era que no le había visto mucho en los últimos cinco años. No vivía en aquella casa, aunque Eren creía que había crecido allí. Vivía en Sídney e iba de vez en cuando. Normalmente solo pasaba allí un par de días, y no solo montaba a caballo, sino también en quad. Eren tenía permiso para alojar su caballo en la propiedad, y además les echaba un ojo a los caballo de Levi, así que tenían muchas cosas en común.
Había salido a montar con él y lo había disfrutado mucho. Si Levi se dio cuenta de que a veces a él se le aceleraba el pulso, no lo había demostrado.
Al principio sus ensoñaciones eran simple e infantiles, pero durante los dos últimos años había pasado de decirse que tenía que olvidarse de él, que era multimillonario y él el hijo de la doncella a fantasías más sofisticadas.
Pero Levi estaba fuera de su alcance. ¿Qué podía ofrecerle al lado de las hermosas mujeres que a veces le acompañaban cuando iba de visita?
-¿Eren?
Él salió de su ensoñación con un respingo y vio que tenía los ojos abiertos.
-¿Cómo te sientes? –se agachó a su lado y bajó la lámpara-. ¿Te duele la cabeza? ¿Ves doble? ¿Tienes algún síntoma extraño?
-Sí –Levi guardo silencio.
Eren esperó y luego preguntó:
-¿De qué se trata? Dímelo. No creo que pueda traer a un médico con esta tormenta, pero...
-No necesito un médico –murmuró Levi extendiendo la mano hacia él-. Has crecido, Eren, has crecido y estás precioso...
Él contuvo el aliento cuando sus brazos le rodearon, y sin saber cómo, terminó tumbado a su lado en el sofá.
-¡Levi! –trató de incorporarse-. ¿Qué estás haciendo?
-Relájate –murmuró él.
-Pero... bueno, aparte de todo lo demás, podrías tener una fractura de cráneo.
-En ese caso me recomendarían calor y comodidad, ¿no te parece? –sugirió él.
-Yo... tal vez, pero... -Eren no sabía qué decir.
-Eso es precisamente lo que tú podrías ofrecerme, señorito Jäger. Así que ¿por qué no dejas de retorcerte como una sardina recién pescada?
-¿Una sardina? –repitió él ofendido- . ¿Cómo te atreves, Levi?
-Lo siento. No es una analogía muy cortés ¿Qué te parece como una sirena atrapada? Sí, eso es mejor, ¿no crees? –le deslizó la mano por el cuerpo y luego le estrecho contra sí-. Una sardina ¡debo de estar loco! –murmuró él.
Eren abrió la boca para decirle que estaba loco, pero de pronto se echó a reír. Entonces se rieron los dos y fue el momento más maravilloso de su vida. Tanto que se quedó inmóvil entre sus brazos, y cuando Levi empezó a besarlo no se resistió. No fue capaz de contener la sensación de felicidad que se apoderó de él mientras le besaba y le sostenía entre sus brazos, mientras le decía que tenía la boca más deliciosa del mundo, la piel de seda y el cabello como el chocolate.
Eren fue consciente de su cuerpo como nunca antes mientras unas deliciosas oleadas de deseo le recorrían. De hecho, empezó a besarle a su vez, y cuando acabó se quedó apoyado contra su cuerpo, rodeándole con los brazos, profundamente afectado por lo sucedido, consciente de que no era imposible que Levi se sintiera atraído por un joven de dieciocho años. ¿Por qué si no iba a estar haciendo algo así? ¿Por qué si no le habría dicho que había crecido y que estaba muy guapo?
No se debería a la conmoción, ¿Verdad?
Dos días más tarde, Eren salió de la hacienda Ackerman rumbo a Queensland, donde le habían ofrecido una plaza en la Universidad.
Se despidió de sus padres, que estaban muy orgullosos aunque un poco tristes, pero Eren se iba contento porque sabía que amaban su trabajo. Su padre sentía un gran respeto por Ryan Ackerman, que había convertido su empresa de construcción en un negocio multimillonario, aunque había sufrido recientemente un ataque que le dejó confinado a una silla de ruedas, por lo que puso a su hijo, Levi, al mando.
La madre de Levi, Kuchel, era una dama japonesa que fue una belleza en su día y que ahora seguía siendo la personificación del estilo. Ella era quien le había puesto a su hijo un nombre japonés y de todos los Ackerman, ella era la que más amaba la propiedad de West Windward.
Pero era la madre de Eren la que se ocupaba de la casa, con todos sus objetos de arte, valiosísimas alfombras y exquisitas sedas. Y era su padre quien se encargaba de los inmensos jardines.
En cierto modo, Eren compartía el talento de sus padres. Le encantaba la jardinería, y según su padre, tenía facilidad para ella. También había heredado de su madre el buen gusto por los detalles decorativos y la buena comida.
Era consciente de lo mucho que les debía a sus padres. Habían ahorrado hasta el último céntimo para poder darle la mejor educación en un internado privado. Por eso les ayudaba todo lo que podía cuando estaba en casa, y sabía que al ir a la universidad, estaba cumpliendo el sueño de sus padres.
Pero mientras se alejaba de allí dos día después de la tormenta, tenía la cabeza hecha un lío. No quiso mirar atrás.