35: Un intento por ...

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Desde aquella terrible noche, donde la vida de otro guardián ha desaparecido, ha transcurrido un poco más de una semana; días lamentables para los muchachos, quienes aún no logran asimilar lo sucedido.

Después que Jordán se marchará, no han tenido comunicación con él, es como si estuviese escondiéndose porque no responde las llamadas; y en casa, su nana dice no haberlo visto en días, situación realmente confusa para todos.

Además, todavía no entienden que pudo provocar aquella explosión en una de las edificaciones cercanas, para luego aparecer David y ayudarles a escapar del abrasador fuego. Cuando los chicos pidieron una explicación, solo respondió que no era importante; ganándose la desconfianza de Fernando y Gerardo, porque los demás siguen sin saber qué pensar.

Al menos, Alfredo parece estar cada vez más desconectado de la realidad, hundiéndose en sus pensamientos. Se muestra más decaído y ni Spero ha logrado animarlo.

Pero a pesar de todo el malestar, en estos momentos se encuentra en la azotea de su escuela observando a la nada, pues el lugar no es el mismo de hace un año. Por los alrededores, se pueden ver las graves secuelas de los últimos combates, dando un panorama semejante a lugar abandonado. Muchos profesores y alumnos no están asistiendo, por temor a terminar atacados por algunas de las incontrolables aberraciones que están azotando la ciudad; sobrenombre que se han ganado los guardianes, por los últimos acontecimientos.

«¿Por qué las cosas tenían que ponerse tan mal?», se pregunta a sí mismo, mientras presiona con fuerza la rejilla de la azotea, sin detenerse a pesar del dolor que se extiende en sus manos, ni al ver los primeros rastros de sangre.

Y es que este muchacho, ha ido perdiendo la motivación, sintiéndose culpable por no haber ayudado a sus amigos o por no tener las suficientes agallas, para detener la guerra que ha iniciado y amenaza con destruirlos a todos. En su opinión, se supone que él representa la esperanza, su poder es la luz que purifica la maldad; o al menos, eso le han repetido incontable veces ambos felinos. Sin embargo, ¿para qué le sirve ese poder?, si ni siquiera puede utilizarlo para proteger a quienes más ama.

«¡Soy tan patético!, debo ser el peor de los guardianes, no tuve por qué despertar», murmura esas palabras, intentando contener las lágrimas que amenazan con salir, al recordar las desapariciones de Miguel y Nicolás.

Sabe que llorando no cambiará la realidad, todo lo contrario, solo muestra su verdadera personalidad, débil y cobarde. Pero... ¿qué más puede hacer?

—Sabía te encontraría por aquí, eres muy amante de los lugares tranquilos —una voz le hace sobresaltarse, reaccionando rápido para sacudir la cabeza y despejarse de sus preocupaciones, percatándose del daño que le ha hecho a sus manos.

—No es bueno que tú mismo te lastimes, cualquiera que sea el problema, no debes desquitarte contigo mismo —Enzo se acerca y lo toma de las manos, sonriéndole con la misma alegría que sin entenderlo, logra calmarlo hasta en los peores momentos.

Con las mejillas sonrojadas, Alfredo se mantiene callado escuchando los regaños de su acompañante, quien no está de acuerdo con verlo lastimado de esa manera. No obstante, logra calmarlo un poco utilizando su mejor estrategia, expresiones de niño arrepentido o de cachorro hambriento, esto último según opiniones de Erika.

Soltando unos suspiros de resignación y mostrando una sonrisa más calmada, Enzo toma algunos implementos de primeros auxilios que trae en la mochila, disponiéndose a curar las heridas del otro y sin detenerse a pesar de sus exclamaciones de dolor.

—No te estuvieses quejando si fueras más cuidadoso, te dije que debías ir con cuidado y me lo prometiste, ¿recuerdas? —refuta el trigueño ante los pucheros que Alfredo utiliza para intentar convencerlo de no estar molesto.

El Guardián de los DeseosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora