Capítulo 4

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Ana

Los días allí se me hacían eternos.

La mayor parte de ellos los pasaba durmiendo, no tenía nada mejor que hacer y era una manera de que el tiempo se me pasara más rápido. De vez en cuando salía a darme un baño y a pasear por la orilla.

En uno de estos paseos descubrí el que se convirtió en uno de mis rincones favoritos de aquel lugar: una gran roca que ocupaba parte de la orilla y del mar con un hueco en medio por donde pasaba el agua, formando una pequeña cueva.

En uno de estos paseos descubrí el que se convirtió en uno de mis rincones favoritos de aquel lugar: una gran roca que ocupaba parte de la orilla y del mar con un hueco en medio por donde pasaba el agua, formando una pequeña cueva

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Me gustaba pasear por allí cada tarde-noche para presenciar uno de los atardeceres más mágicos que había vivido hasta el momento. Justo antes de que el sol desapareciese tras el que parecía un mar infinito, este se podía observar a través del hueco de la enorme roca, creando así un escenario precioso.

Mimi había seguido apareciendo cada noche y mis sentimientos por ella, por mucho que quisiera evitarlo y negarlo, eran cada vez mayores.

Desde el accidente había intentado olvidarme del tema y, por ello, seguí tratándola como lo que era y seguiría siendo: una amiga. Cuanto antes asumiese la realidad, mejor.

Sin embargo, no fue tan fácil como parecía.

La forma en la que me estaba cuidando —ya fuese aquí o en la vida real— no hacía más que confirmarme la maravilla de persona que era.

Bueno, y lo poco que la mereces después de cómo la trataste las semanas anteriores al accidente.

Todavía no le había explicado el motivo por el que me alejé y tampoco tenía pensado hacerlo, ya que eso supondría revelarle también mis sentimientos por ella, y me negaba a hacerlo.

¿Estaba siendo una cobarde? Tal vez. ¿Me daba igual serlo? También.

Prefería mil veces conservar la relación que teníamos antes que confesarle lo que sentía por ella y, lo más probable, que nuestra relación se viera afectada y empeorara. Me daba miedo arriesgarme.

Esa noche Mimi apareció antes de tiempo, lo que provocó un pequeño incidente.

Estaba terminando de comerme una tostada de aguacate —para variar— que me había preparado a modo de cena. El sol había desaparecido hacía un rato pero todavía quedaba algo de luz, por lo que supuse que serían las diez como muy tarde. Según mis cálculos, en una hora aproximadamente llegaría Mimi.

Pero no fue así.

Iba a darle un bocado a la tostada cuando la rubia apareció por detrás mía y me agarró de los hombros.

—Bú.

Lo que quedaba de tostada salió volando y estuve a nada de darle la hostia del siglo, pero me detuve a tiempo.

—¡Mimi, que era mi cena!

Ella rió y dejó un beso en mi cabeza a modo de saludo.

—Tranquila, fiera. Ahora te preparo otra.

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