Un mes. Un puto mes en coma.
Intentaba no perder las esperanzas de que Ana llegara a despertar pero, por mucho que intentara negármelo a mí misma, era lo que estaba ocurriendo.
Los médicos nos explicaron que a esas alturas era prácticamente inevitable que, en caso de que despertara, le quedaran secuelas. Deterioro de la memoria, de la vista o pérdida de la fuerza eran algunos ejemplos de lo que podía ocurrirle al despertar. Fue un golpe muy duro para mí, para qué negarlo, y se intensificó aún más cuando nos explicaron que, posicionándonos en el peor de los casos, podía llegar un punto en el que, si seguía sin despertar ni daba muestras de una mejoría, los familiares podrían decidir si desconectarla o seguir manteniéndola en ese estado más tiempo, en busca de cualquier respuesta por parte de su cuerpo.
Podría decir que fue el segundo peor día de mi vida —el primero creo que ya está más que claro—. El hecho de que fuera capaz de ver a Ana todas las noches en una especie de realidad paralela me hizo olvidar que tal vez algún día no podría volver a verla en la vida real, pero tampoco en ese otro mundo.
A veces el peor enemigo de una persona es ella misma. Lo confirmé ese mismo día cuando, después de haberme pasado más de dos horas seguidas llorando, mi queridísimo subconsciente me recordó que la culpable de que Ana estuviera en aquella situación era yo. Porque yo la hice enfadarse e irse de mi casa. Porque yo, una puta orgullosa de mierda, no quise salir detrás suya para disculparme y así evitar el accidente que poco a poco le estaba robando la vida —y, sin quererlo, me la estaba robando a mí misma también—. Porque era gilipollas, sin más.
Me encontraba bastante mal. Apenas había comido a lo largo del día y el interminable llanto había desembocado en un terrible dolor de cabeza que estaba haciendo que todo me diera vueltas y que sintiera que estallaría en cualquier momento. No me apetecía hacer nada así que me metí debajo de las sábanas y me dejé llevar por el sueño, que no tardó mucho en llegar.
Lo único bueno que tuvo el día fue aparecer en aquella playa una vez más.
Con Ana todo seguía igual, aunque es verdad que los últimos días la noté un poco rara conmigo, podría decir que de vez en cuando se ponía nerviosa. ¿La razón? Ni idea, me habría gustado saberla —aunque tampoco tardaría mucho en llegar—.
La abracé al verla, como todos los días, pero esta vez fue distinto.
Cuando ella se iba a separar, la abracé más fuerte aún evitando que se alejase y escondí mi rostro en su cuello. Subí una de mis manos a su cabeza y acaricié suavemente su pelo. Ella también apretó su agarre y pegó su rostro contra mi cuello, respirando profundamente en él.
Por primera vez estaba siendo consciente en medio de un abrazo de que esto se podía acabar y no era capaz de soltarla. Me negaba a hacerlo.
—Mimi, amor... ¿estás bien?
Mierda. Se había dado cuenta.
Y lo entendía. Por mucho que la quisiera no era normal que llevase más de dos minutos aferrada a ella como si me fuera la vida en ello.
Me separé rápidamente y la miré con una sonrisa medio fingida, que no terminó de colar.
—Sí... es que estoy un poco blanda hoy.
Pero Ana no era tonta.
—Vale Mimi, ahora la verdad.
Suspiré y dejé de fingir la sonrisa.
—Quiero que despiertes ya. Últimamente no lo estoy pasando muy bien, cuanto más tiempo pasa sin tenerte allí, en el mundo real, peor me encuentro. Lo siento, no es justo que diga esto porque es obvio que lo que tú estás sufriendo no es nada comparado con lo mío pero es que cada vez lo llevo peor y tampoco creo que sea justo ocultártelo. Y ya está, esa era la verdad.
ESTÁS LEYENDO
Apricity | Warmi
RomanceAna queda en coma tras un grave accidente y la única manera que tiene Mimi de contactar con ella es a través de sueños.