Prólogo.

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Prólogo

De repente estaba en un área repleto de neblina. A lo lejos podía observar a una joven muchacha cuyo cabello anaranjado volaba despreocupado en el aire. Era de tez clara, y sus labios eran de un tono rosa claro. Llevaba puesto un vestido blanco que no pasaba sus rodillas y que, al igual que su cabello, se movía sin preocupación alguna. Sus movimientos eran suaves y ligeros, quizás ella tampoco sabía dónde estaba, al igual que él. Estaba descalza, y lo miraba extrañada. Él, por otro lado, no la miraba con una cara que no fuese de ensimismamiento, «¿dónde estoy, y por qué veo yo esto?» pensaba.

Intentó acercarse a ella, pues ésta le extendía su mano y le ofrecía una cálida sonrisa.

Estuvo a escasa distancia de rozar su piel, pero justo en ese momento, la imagen se desvaneció.

Frustrado colocó la cabeza entre sus manos.

Había tenido otro sueño.

Se levantó de la cama de su habitación acomodando los puños de su camisa blanca, la cual seguía desabrochada. Se colocó sus zapatos de cuero negros, y comenzó a abrochar los botones de su camisa, mientras se acercaba al sillón para tomar su saco, se lo puso, y acto seguido, se pasó los dedos por el cabello marrón, y se echó un poco de perfume.

Una vez listo, salió a la sala de su habitación de hotel. Se hospedaba solo en el piso veintisiete de un edificio de treinta pisos. Tomó la llave de la habitación, y salió de ahí, no sin antes tomar su preciado mazo de cartas.

Al llegar a la recepción, pidió un taxi, y se sentó en un sillón a esperar por la llegada de éste mientras mezclaba su mazo de cartas.

Una niña que esperaba por su habitación con su madre se acercó a él, y miró con sus grandes ojos color café cómo removía su mazo de cartas.

─Hola linda.─ Saludó.

─Hola...─ Respondió con timidez la niña.

─¿Quieres ver un truco de magia?─ Preguntó, sabiendo que no recibiría un no como respuesta.

Al oír la oferta, la niña asintió frenéticamente con la cabeza, dando a entender que si quería ver uno.

─ Bien, ¿ves estas cartas?─ Preguntó, haciendo un abanico con sus cartas, y mostrándoselas a la niña. ─Elige una, pero no me la digas, ni la saques del mazo, ¿bien?

La niña volvió a asentir.

Cerró el abanico que había formado con las cartas, las mezcló, y lo volvió a abrir.

─¿Ves tu carta?

La niña miró con detenimiento el abanico, para después negar con su cabeza.

Estiró su mano al oído de la niña, y extrajo una carta de él.

─¿No será esta─ Dijo, mostrando un tres de corazones.

La niña emocionada comenzó a asentir de nuevo, y a dar pequeños saltos, para luego correr a las piernas de su madre a contarle emocionada lo que había visto.

Entonces, un encargado del hotel se acercó a avisarle que su taxi había llegado.

─Al Teatro, por favor.─ Indicó una vez dentro del auto.

Al llegar, entró al teatro, y oyó cómo su ayudante finiquitaba todo con el propietario del lugar.

─Perfecto, entran ochocientas personas, y por sólo el veinticinco por ciento de las ganancias. No creo que se niegue.─ Aseguró Elvira, su asistente.

─Me parece bastante bien.─ Respondió él, entrando al gran teatro en el que haría su primera presentación en esa localidad, y haciéndose notar.

─¡Ya llegaste! Bien, se necesita tu firma, y así podremos comenzar a hacer uso del lugar.

─Señor Moser, nos complace tenerlo en la ciudad. Pero, ¿no le parece muy pronto presentarse dentro de cuatro días, y haciendo una única presentación?─ Preguntó el propietario del teatro.

Él se acercó más al espacio en el que estaba el propietario y su asistente, que firmaba el contrato.

─No.─ Respondió ─Mientras más pronto, mejor.─ Aseguró, y se dispuso a firmar aquel papel.

Estaba seguro de que la pelirroja de su sueño era real, y presentía que estaría ahí la noche de su presentación.

El Ilusionista. [EN PAUSA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora