Capítulo [11]: Choques eléctricos.

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Capítulo [11]: Choques eléctricos.

Discutí con Patrick acerca de quién debía pagar, excusándome de que se podía decir que él era un invitado porque no era residente de la ciudad, y a los invitados nunca se les dejaba pagar, pero era terco.

–Soy un caballero, Silvia– decía –, y tú eres una dama, y los caballeros no dejan pagar las cuentas a las damas.

–¡Pues entonces paguen entre los dos hombres!– sugerí, ya que si a Dylan le tocaba pagar, sería yo quien pagase. –Me refiero a mi hermanastro y a ti.

–¿Por qué no me dejas pagar en paz?

–Porque no. No me sentiría bien con ello.

–Pues tendrás que sentirte bien, porque yo pagaré, preciosa.– ¿ahora me llamaría así? Segunda vez que me lo decía. Fruncí el ceño, y me crucé de brazos.

Todo esto lo discutíamos sentados en la mesa del restaurante que había sugerido él, mientras que los demás mantenían una conversación entre ellos. Elvira y Alex parecían llevársela bien, pues habían pasado todo el rato que llevábamos allí hablando. Dylan le lanzaba miradas a Elvira, y ella hacía lo mismo. De hecho, ella había comenzado a lanzárselas cuando estábamos en la universidad, así que ella había empezado con todo.

Había dejado de discutir con Patrick acerca del tema en cuestión, ahora hablábamos de cualquier cosa, y resultaba agradable, porque nos habíamos integrado a nuestros otros tres acompañantes y ahora hablábamos los cinco juntos. Además de Elvira y Dylan, Patrick y yo también nos lanzábamos algunas miradas, pero nada que se notase tanto como las miradas de mi hermanastro y la amiga del chico.

Guindé la mochila que llevaba en la silla, y coloqué mis manos sobre la mesa, con el teléfono a un lado, pero no le prestaba atención, porque las personas que podían llamarme o necesitarme estaban conmigo, excepto mi mamá, pero no sería tan inoportuna como para llamar justo ahora.

Patrick también colocó las manos sobre la mesa, y su teléfono al lado del mío.

El restaurante era muy bonito, muy fino y a la vez no. Las mesas eran de madera veteada al igual que las sillas, y los vasos eran frascos de mayonesa vacíos y sin etiqueta, que estaban pintados superficialmente con colores como el azul, el verde, el amarillo y el violeta; en el centro de la mesa -que era redonda- había un rectángulo de cristal de bajo tamaño lleno de agua, que tenía flores naturales nadando dentro de él, y estas no tenían tallo; además, el suelo estaba cubierto de grama artificial, y en ciertos lugares habían círculos de madera, simulando un camino hacia la barra del restaurante, la cual tenía ocho sillas altas de madera a lo largo de la misma, y estaba ubicada delante de la cocina, de modo que se podía ver a los cocineros haciendo su trabajo.

–Sí, Silvia hace eso todas las noches– ese comentario me sacó de mi distracción.

–¿Yo qué?– le pregunté a Dylan.

–Roncas.– dijo de lo más natural, como si no me estuviese haciendo pasar pena mientras los otros tres reían, y el mantenía su cara de superioridad. Se estaba vengando.

–No, tú eres el que ronca, te oyes, y piensas que son mis ronquidos– le respondí, dándome cuenta de que no tenía mucho sentido lo que decía –. ¿Cómo es que llegaron al tema?– pregunté, desviándolo.

–¿Ves a aquel chico?– preguntó Elvira, quien estaba sentada entre Patrick y Alex, y señalaba a un chico que estaba sentado solo en una mesa ubicada diagonalmente a la nuestra. Tenía una caja de chocolates en forma de corazón y de color rojo con listones rosados en la mesa delante de él, por lo que parecía esperar a alguien.

El Ilusionista. [EN PAUSA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora