Francamente, ¿quién me preguntó si quería vivir?
(aparecí, como dice Sartre, de casualidad)En el pasado, de alguna manera, lamenté la afirmación que hice del futuro. Cuando encontré esas inconsistencias, supe que me iban a llevar a poner término anticipado a esa espera ciega.
En otro momento, pensé que saber que todos compartíamos pocos deseos de vivir (o que francamente, todos estamos hasta el cuello con esos ahogos sin causa aparente) iba a lograr calmar, paradójicamente, esa idea de adelantar mi muerte (confié en que desear lo opuesto de la mayoría iba a contribuir ese anhelo ilusorio distinguirme y enaltecer mi insignificante individualidad).
Pero finalmente la asumo como profecía ya cantada...
La historia terminaría así: pidiendo perdón a la fe gratuita mientras camino hacía ningún lugar (quizás la única certeza para la humanidad en milenios de sacrificio).