Me rompió, me destrozó. Marchito cada flor que se hallaba en mi interior. Convirtió en polvo cada pequeña parte de lo que solía ser.
Torno mis noches sin luna y mis días sin color, deseaba perderme entre las sombras de aquellas noches repletas de tristeza y pensamientos que corrían tras de mí.
Sin darme cuenta, me encontré sangrando por aquellas heridas tan invisibles que el tiempo nunca curo, con la certeza de que nunca jamás volvería a florecer.
Mi vida comenzaba a resumirse en un minuto, quizás un segundo y se me escapaba en aquella solitaria y apagada curva. Nunca frenaba, no me escuchaba, ni mucho menos me esperaba. Solo hablaba, hablaba demasiado; tanto que rompía almas y congelaba silencios.
El tiempo seguía progresando y yo seguía creyendo que la felicidad no volvería a inundar mi vida, mi ser.
Oí al viento llegar y se llevó mis cenizas. Los capullos en mi interior comenzaron a florecer. El llanto apaciguo, en ese momento, la calma llegó junto a la felicidad.
Y yo... yo supe aquel extraño día que volvería a renacer con la llegada de la primavera.