02; die in your arms.

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     Desperté muy agitada. Con sudor frío y respiración realmente entrecortada.

     Me levanté de la cama y me coloqué la camisa que usaba de pijama. Aspiré su aroma. Después de tantas lavadas aún tenía aquel olor que me volvía loca en su día.

     Empecé a caminar hacia el baño y me miré en el espejo.

Tenía la piel blanca y unas ojeras enormes que acentuaban aún más mis ojos. En realidad me encanta tener aquellas marcas moradas. Se veían bonitas, por lo menos a mí me lo parecía.

     Me fui desvistiendo mientras encendía el agua. Estaba helada, pero eso me encantaba. Me deshice del moño y me metí bajo la ducha.

     Salí a los quince minutos, básicamente tardo tanto porque me quedo ahí quieta pensando en estupideces, pero bueno.

     Me envolví en una suave toalla negra que hacía contraste con mi pálida piel. Adoro esos extremos.

     Corriendo me encaminé hacia el vestidor y busqué un jersey ancho, unos ceñidos vaqueros negros junto unas botas militares de igual color que lo anterior, y por último dejé el pelo al natural.

     Salí corriendo de casa con la mochila a cuestas y en lo único que podía pensar era en la estúpida pesadilla de aquella noche.

     Cuando llegué al instituto vi algo que enseguida me dio muchísimas arcadas: chicas unineuronales movido el culo y las tetas delante de quinceañeros sobrecargados de hormonas. ¿Por qué tuve que venir a este centro? Arg, tengo dieciséis años y nunca he estado en una misma ciudad más de un año. ¿Por qué? Pues la verdad, no lo sé.

     Literalmente, corrí para poder entrar en el edificio. No quería sentir las miradas de aquellos pajilleros imbéciles, los cuales, tenían demasiada poca sangre en la cabeza para mi gusto.

     Busqué la secretaría con todas mis esperanzas de que no estuviera lejos, y mira por donde, no lo estaba.

     Allí lo único que tuve que hacer fue decir mi nombre y esperar a que me dieran una lista con mis compañeros de clase y las asignaturas, me dijeron el aula y fui a buscarla.

    

     Para mi sorpresa llegué la primera. «Genial, ahora el profesor pensará que soy la empollona aplicada y blablabla

     Me senté en la última fila, al lado de la ventana, puse música en mi móvil y conecté los auriculares.

Ultraviolence empezó a sonar en mi cabeza. Desde luego Lana del Rey es de mis cantantes favoritas, por no decir lo que me pone esa mujer.

     De la nada eso se empezó a llenar de estudiantes -si es que se les puede llamar así y no simios sin evolucionar- seguidos del profesor, el cual, supongo, será nuestro tutor.

        - Bien chicos, otro año más que me toca aguantaros. En fin, a la mayoría os conozco, pero este año hay una nueva alumna. ¿Está aquí… Uxía Bayot?

     Toda la clase comenzó a mirar a su alrededor, y lo único que pude hacer fue bufar y levantarme con una clara cara de desagrado.

        - Soy yo. -Dije rodando los ojos.-

        - ¿Te importaría venir aquí y presentarte ante todos nosotros? -El profesor, que estaba en sus treinta, señaló justo el centro del pasillo que había entre la puerta y su mesa, delante de la pizarra.-

        - ¿Es imprescindible para la vida de la raza humana? -Asintió.

     Rodé los ojos, no me puedo creer que haga esto…

        - Está bien. Hmm, me llamo Uxía Bayot, tengo dieciséis años. Soy hija única y no tengo ciudad natal. Si vosotros no os metéis conmigo, yo no me meteré con vosotros. ¿Alguien quiere hacer alguna pregunta al respecto?

     Todos se miraron atónitos por mi actitud y yo lo único que hice fue levantar las cejas y mirar hacia otro lado. Hasta que unas manos se empezaron a levantar.

        - Dime. -Dije señalando a un chico.-

        - ¿Siempre eres así de borde?

        - ¿Y tú siempre haces preguntas con respuestas tan obvias, genio?

     Toda la clase se empezó a reír hasta que el profesor mandó callar.

        - ¿Tienes novio?

        - Dios, no. Que pérdida de tiempo.

        - ¿Y novia?

        - Lo mismo es. Y no.

        - Si no quieres pareja podrías venirte conmigo luego al baño, será divertido, guapa. -Dijo alguien al fondo. No me fijé en quien era, pero percibí el área de la clase.-

        - Oh, vaya, así que tú eres la prueba de que el hombre es una evolución del simio, pero al parecer tú te has quedado estancado en orangután. Fascinante. -El sarcasmo era notable en mi voz.-

     El profesor me miró con una ceja levantada y el rostro divertido.

        - Carácter fuerte, ¿eh? Te hará falta en este instituto, Bayot. Y tú, Parker, no vuelvas a faltarle el respeto a una chica de esa forma, no estamos en una taberna. Puedes sentarte.

     El día pasó rápido, total, lo único que hicimos fue presentarnos.

     Sonó el timbre y todos corrieron hacia la cafetería, puesto que ya habían pasado tres de las seis clases.

     Estaba recogiendo mis cosas hasta que una voz hizo que me girara hacia ella.

        - Hola princesa, soy Jonan Parker, pero puedes llamarme Jonan.

        - Así que tú eres el simio neandertal de la primera clase… Interesante.

        - ¿Por qué? - Preguntó extrañado.-

        - Porque ya sé cual es la inteligencia media de las personas de este instituto; inexistente.

     Me di la vuelta para irme pero me agarró de la muñeca, al cual yo me estremecí y le miré con los ojos llenos de furia.

        - Ya veo que la gatita sabe defenderse, bueno saberlo, sí. -Y sin descaro me da un repaso por todo el cuerpo.-

        - Suéltame si no quieres te te hunda la nariz, y no vuelvas a llamarme princesa. Yo no soy tan estúpida para perder las bragas por un mote tan sumamente repelente.

        - Ya lo harás, princesa. Tiempo al tiempo.-Susurró en mi oído, pero yo me mantuve natural. Él no hacía ningún efecto en mí.-

        - No, no lo haré. te lo aseguro. -Susurré de la misma forma, pero mordiendo el lóbulo de la oreja, al cual, jadeó.-

     En un descuido soltó mi muñeca, y yo lo aproveché para pegarle un puñetazo justo debajo de su ojo izquierdo.

Se quejó de dolor y me miró atónito.

        - ¿Pero por qué haces eso? -Estaba entre una mezcla de asombro, miedo, curiosidad y respeto.

        - Para que aprendas quién manda y quién no.

     Dicho esto, me marché dejándole mirando como me iba.

     No puedo, de verdad que no, mi paciencia -la cual es poca por no decir nula- no iba a durar mucho aquí.

Vacía [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora