10. Rompí tu corazón...

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-¿Qué pasó después?- preguntó Alfred agarrando la mano de la chica con fuerza quién estaba tumbada con la cabeza apoyada en el borde de su pierna.

-No lo sé- confesó ella- solo sé que perdí la consciencia y cuando desperté ya no estaban. Llamé a Tris. No sabía que más hacer.

Dos horas habían pasado. Amaia ya se había cansado de llorar, a parte que no creía que le quedaran más lágrimas que soltar.

-Vamos a la comisaría- dijo el chico mientras la chica jugaba con uno de sus mechones de pelo rubios.

-No, Alfred, no quiero- dijo ella mirando hacia la pared limpiándose la cara de llena de lágrimas y rímel corrido.

-Amaia, vamos a ir, no puedes negarte- dijo Alfred acariciando la cabeza de la pamplonesa.

-No quiero verle de nuevo- dijo Amaia- no quiero mirarle a esos asquerosos ojos.

-Amaix sé que es duro- intentó decir él, pero fue interrumpido cuando la de Pamplona se levantó en un movimiento brusco y se sentó mirándole a los ojos.

-No lo sabes- replicó ella- a tí no te han violado dos tipos asquerosos.

-Ya lo sé- dijo él agarrando sus manos- pero sí que sé que es lo mejor para tí, y tú también lo sabes.

Amaia iba a llevarle la contraria, pero sabía que él llevaba la razón. Quería hacer justicia, que ese gilipollas pagase por todo. Él y su amigo, pero sobre todo él.

-Vamos- dijo ella intentando ponerse en pie, pero quejándose del dolor de las patadas, golpes y todo.

Alfred la cogió entre sus brazos y la ayudó a ponerse de pie. Durante un instante, mientras la sujetaba, los dos se quedaron mirándose fijamente.

Sus miradas se conectaron, y sus almas también, llevando sus mentes al pasado. Recordando cada uno de los momentos que habían pasado dentro del programa y los pocos que habían pasado fuera, pero que habían disfrutado con su vida.

Alfred reaccionó, y pensó en que no era el momento adecuado para eso. Había prioridades, y esa era muy importante. La dejó lentamente en el suelo, con lo que ella se quejó interiormente.

No quería quitarse la ropa. No quería mirarse en el espejo. Solo vería el rostro y cuerpo de una chica violada. No le hacía mucha gracia ver eso.

Alfred observó que los ojos de la pamplonesa se iban cristalizando a medida que su mirada bajaba. No era psicólogo, pero tenía una idea de que es lo que la pasaba.

-Amaia, mírame- dijo el haciendo que la chica mirase a los ojos negros del catalán. Él la dio la mano y la guío a paso lento hacia el espejo de la pared.

Cuando llegaron al espejo, la chica bajó la mirada inmediatamente. Alfred la puso enfrente de él, y el se colocó detrás de ella, poniendo sus manos en los hombros de Amaia.

-¿Quieres que te ayude?- preguntó al dudoso, a lo que ella asintió temerosa. Lentemente, él la quitó la bata blanca transparente que dejaba ver un poco las marcas en su cuerpo.

Pero cuando vio todo, quedó alucinado. Moratones por todos lados, sangre de los golpes que la habían dado...

-Te juro que voy a matar a esos hijos de puta- susurró en el oído de la de Pamplona, quién soltó una risa silenciosa al oír esas palabras salir de la boca de Alfred.

Ella intentó cubrir su cuerpo desnudo abrazándose. A pesar de que él ya la había visto desnuda otras veces, ella no quería que la viera así.

-Tranquila- dijo él- no miraré mucho. Solo voy a cambiarte- dijo apartando uno de los mechones de la rubia colocándolo detrás de su oreja.

MiedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora