Lucidez o falta de ella

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—¡Vete a la mierda! ¡Tú tienes la culpa de todo! ¡Las has mandado tú!— Aquel grito airado tomó por sorpresa a Raúl, que lo miró algo confundido.

—Isma, para, no sabes lo que dices.— El castaño alzó las manos, mostrando las palmas e indicándole que se calmara.

—¡No! ¡Tú eres el único puto culpable! ¡Ellas no me dejan tranquilo por tu culpa! ¡Tú las has enviado, es tu culpa!— Ismael cada vez elevaba más el tono y Raúl empezaba a preocuparse por los vecinos, si oían tanto grito iban a pensar que después de tanta discusión habían llegado a los golpes.

—¿Y por qué crees que soy yo?— Preguntó, tal vez conseguiría argumentando que entrara en razón.

—¡Ellas me lo han dicho!— Su rostro estaba rojo de la ira.

—¿Y no has pensado que ellas no son…?— Raúl no tuvo tiempo de acabar esa pregunta, pues Ismael le golpeó.

Un puñetazo certero en el centro de su rostro que hizo que su nariz comenzase a sangrar.

Ambos intercambiaron miradas por unos segundos. Raúl entristecido y dolido, Ismael aturdido.

El mayor se alejó y fue al baño, buscando papel con el que cubrirse la nariz y evitar dejarlo todo perdido de sangre.

Se miró por un momento en el espejo, su aspecto dejado era bastante deplorable a decir verdad. Escuchó un portazo que provenía de la habitación que compartían, supo que Ismael se había encerrado ahí.

Suspiró pesadamente y esperó a que se detuviera el sangrado, momento en el cual echó el papel por el váter y se lavó la sangre de la cara con agua fría. Una vez hecho esto, se apoyó en el lavamanos, devolviéndole la mirada a su reflejo.

Se sentía mal y jodidamente triste, por las palabras y el golpe de Ismael. En aquellos últimos y horribles meses si que lo había empujado bruscamente en más de una ocasión, pero era la primera vez que le pegaba.

Se dejó caer sobre la taza bajada del váter y fijó su vista en la espantosa cortina celeste con unos dibujos horribles en un color naranja chillón. La compró Ismael, hacía medio año de eso, las cosas habían sido diferentes en aquel momento, a Ismael le había parecido bonita y aunque Raúl discrepaba no le importaba tenerla solo por contentarlo. Recordaba que aquel día Ismael había estado insistiendo hasta lograr que cediera y al final lo logró.

Pensó en que habría pasado si Ismael se hubiera atrevido a pegarle en aquel entonces. Supo que le habría devuelto el golpe y le habría mandado a la mierda, diciendo algo así como que él no se iba a dejar maltratar.

¿Y ahora? Ahora dejaba que lo gritase, se mantenía lo más calmado que podía pese a tener ganas de romper en llanto e intentaba que no se hiciera daño en aquellos arrebatos de ira que a veces le daban, saliendo perjudicado en ocasiones. Ahora se limitaba a agachar la cabeza.

Notó que su vista se nublaba, estaba llorando. Se levantó, sintiendo los huesos pesados como si fueran enormes rocas y caminó hasta el sofá; no podría dormir con Ismael esa noche y por mucho que el pelinegro lo hubiese permitido, él no creía poder hacer eso, tener las fuerzas suficientes como para tumbarse a su lado como si nada pasara.

No era capaz de culparlo por sus gritos ni por aquel golpe que le había dado por el cual aún le dolía la nariz, pero no tenía ánimos para aguantar otro insulto.

Mientras extendía una manta en el sofá, escuchó a Ismael gritar: —¡Cállate! ¡Cállate cállate cállate!

Raúl notó que algo dentro de él se oprimía dolorosamente. ¿A quién le gritaba ahora?

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