¿No? No

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—No. No no y no.— Raúl negó efusivamente con la cabeza varias veces, como si sus palabras no hubieran dejado el mensaje suficientemente claro.

Mientras, Ismael, quieto en el umbral de la puerta de la cocina, lo observaba con expresión de hastío. A veces aquel hombre conseguía sacarlo de sus casillas. —¿No?— Preguntó alzando las cejas con incredulidad y algo de burla en su voz.

—No.— Reiteró Raúl cruzándose de brazos, apoyado en el mármol.

—Ya. Pues yo creo que sí.— Ismael se acercó unos pasos a él, pero no los suficientes aún para hacer ningún contacto físico.

—¡Qué te digo que no, pedazo de gilipollas!— Apretó los puños, mirándolo evidentemente cabreado.

Ismael aún así, permanecía impasible. En otro momento o circunstancia, le habría dolido tanto enfado aparentemente dirigido hacia su persona por parte de Raúl, pero sabía que aquel enojo no iba realmente hacia él. Raúl estaba más bien enfadado consigo mismo.

—Para estar tan seguro te alteras bastante cuando te lo cuestionan.— Le dedicó una sonrisa cínica mientras daba un paso más hacia él. —¿Qué? ¿Te pica en el orgullo de macho o qué?

El mayor cogió aire, queriendo contener la rabia y la frustración y no dedicarse a soltar miles de improperios cuya conciencia se empeñaría en recordarle más tarde. —No me atraen los hombres. No me gustan. Tú tampoco me gustas.— Realmente quería creerse aquellas palabras.

Ismael decidió está vez acortar el espacio que los separaba y agarró el cuello de la camiseta del mayor, sin hacer fuerza realmente, solo era una manera de acercarlo un poco a su cuerpo. —¿No?— Volvió a repetir interrogante. Tal vez estaba siendo pesado, pero no iba a detenerse hasta obtener una respuesta sincera por parte del mayor.

Llevaban un tiempo viéndose y manteniendo una relación extraña que no se podía tachar de amistad pero Raúl se negaba a calificar de otro modo. Raúl se negaba a aceptar que se estaba enamorando de un hombre. Por eso se empeñaba en a veces alejarlo de su cuerpo bruscamente o a decir alguna idiotez. Ismael había podido aguantar eso al principio, pero ya no estaba para tonterías. Aquella era la última oportunidad, si Raúl se sinceraba lo intentaría con él, si no, no iba a ser el idiota que sufre de desamor y se iría dignamente por la puerta sin mediar palabra.

El pelinegro tenía más claro que el agua que lo suyo no era amistad.

Estaba muy cerca del mayor, las respiraciones de ambos se entremezclaban. Raúl no había respondido aún a la pregunta, así que sin moverse y con el cuerpo tenso lo hizo: —N-no...— El titubeo y la duda estaban presentes. —Es imposible…

—Eso ya lo veremos.— Besó a Raúl sin aviso previo, dejándolo aturdido por un momento. Pero a Raúl le costaba demasiado no dejarse llevar cuando notaba los labios del menor sobre los suyos. Motivo por el cual, sosteniéndolo de la cintura, profundizó el beso.

Se odió a sí mismo y odió al hombre que lo besaba en ese momento por su falta de voluntad y la poca capacidad que tenía para rechazarlo.

¿Por qué cuando lo tenía cerca no podía hacer más que someterse a sus impulsos?

Ismael lo empujó un poco hasta dejarlo acorralado, y siguieron los besos que empezaban a volverse fogosos.

—Ya veo que tan hetero eres.— Susurró Ismael, metiendo una mano por debajo de la camiseta de Raúl, acariciando su piel.

—Que te follen.— Masculló él, sin ser capaz de resistirse.

—Mientras seas tú…

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