Madera de rey

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PARTE I: MADERA DE REY

Su vida entera había sido planeada por su tío Luís y otros nobles de la corte real desde el preciso momento en que sus padres fallecieron, sin dejar más heredero al trono que el (en aquel entonces) pequeño niño de dos años, Ismael.

Todo había sido siempre predecible y si bien es cierto que esto en ocasiones lo tranquilizaba, otras era su mayor fuente de estrés. No importaba nada de lo que hiciera: estaba destinado a ser el rey en aquel sistema de monarquía absoluta.

Su tío Luís, un importante duque, el encargado de cuidarle y de llevar los asuntos concernientes al rey cuando el heredero aún era demasiado joven para ocuparse de éstos, lo había instruido desde su más tierna infancia sobre cómo debía gobernar y como debía o al menos se suponía que debía ser un buen monarca.

Había puesto en innumerables ocasiones la figura de Javier, su antecesor en el trono, su difunto padre como ejemplo. Un rey fuerte, dispuesto a luchar en la batalla de ser necesario y que sabía que era lo que beneficiaba económicamente hablando a los privilegiados, de mano dura y leyes estrictas.

Ismael solía pensar que tanto su padre como su abuelo le habían dejado el listón demasiado alto, sin embargo su tío Luís le había dicho que más bien al contrario: que no debería esforzarse mucho pues todos supondrían que el simple hecho de ser un Prego le aseguraría el triunfo y la aceptación del pueblo.

Para Ismael no había habido gran cosa a destacar en su vida hasta en su décimo quinto cumpleaños.

Había vivido confinado en el recinto real, rodeado de los grandes lujos que la nobleza le ofrecía, siguiendo una estricta educación que requería buena parte de su tiempo y siendo regañado cada vez que su comportamiento no se adecuaba al de un digno heredero a la corona.

Eran pocas las ocasiones en las que había podido ir más allá de los altos muros que rodeaban el castillo y había sido siempre bajo la tutela de Luís.

Aunque al menos esto último iba a cambiar, según el duque, en el momento de ser coronado podría hacer lo que le viniese en gana, incluido salir a su aire del recinto real pese a ser algo más recomendado ir acompañado de un escolta.

Y aquel 5 de octubre en el cual cumplía su décimo quinto cumpleaños, era el día de su coronación.

A temprana hora Luís descorrió las cortinas de su habitación, provocando así que toda la luz solar inundará la cámara del futuro rey.

Los criados lo hicieron levantarse de la cama y lo vistieron con rapidez. Todos parecían estar apurados en el que se suponía que era “su gran día”.

—Prepárate, joven Ismael, tu pueblo está allí fuera, esperando conocer a su nuevo rey después de tantos años.— Dijo Luís, hablando casi de forma atropellada con las manos a la espalda, mientras observaba por la ventana el cúmulo de personas que esperaban ansiosas el importante evento. —Recuerda todo lo que te he enseñado, has de dar una buena imagen ¿Entiendes?

—Sí.— Asintió, dejando que el criado abotonase su camisa a pesar de que preferiría hacerlo él mismo. —¿Crees que yo pueda reinar? No me siento preparado.— Ciertamente el chico tenía miedo. Estaba asustado, el terror corría por sus venas ante la idea de hacer algo mal, de fracasar como rey.

—Si haces todo lo que te he enseñado, serás un buen monarca.

Cuando ya lo hubieron vestido, siguió a su tío hasta el lugar donde tendría lugar la ceremonia. Le habría gustado esconderse tras los ropajes de su cuidador, fingir que no estaba allí o dejar que la tierra se lo tragara. Aunque no se lo permitían  todas aquellas miradas atentas en él.

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