7. La emperatriz ninfomaníaca

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«Que me odien con tal de que me teman»

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«Que me odien con tal de que me teman».

Frase atribuida al Emperador Calígula por Polibio de Megalópolis


Augusto[1], sobrino nieto e hijo adoptivo del famoso Julio César, pese a ser considerado por la mayoría de los historiadores el primer emperador, en la práctica mantuvo la ilusión de que todavía existía la República Romana. Una república hueca desprovista de su esencia, por supuesto, ya que si bien contaba con esta apariencia él mantenía el control sobre todo y tenía el poder de decisión. A esto se le añadía lo más importante: también elegía al sucesor.

Aunque siempre fue un libertino y no controlaba, siquiera, a su propia familia, intentó someter al buen camino la conducta de la aristocracia y su depravación por medio de una legislación moral conservadora, con la finalidad de que fomentara el matrimonio, los nacimientos y que castigara la soltería, la infidelidad y las prácticas sexuales novedosas y aberrantes. Quizá por este motivo, ya que lo prohibido siempre resulta más atractivo, o porque como decía Lord Acton el poder absoluto corrompe absolutamente, los que vinieron a continuación de Augusto destacaron por sus perversiones, tantas que aún hoy nos siguen horrorizando.

Para empezar, Tiberio[2], quien continuaría la tarea al frente de Roma, estaba resentido con Augusto. Era el primogénito de su esposa Livia y consideraba que le correspondía este privilegio aunque el otro hombre tuviera una hija, Julia, y deseara que su sangre dirigiera los destinos del mundo. Se sintió humillado cuando Augusto nombró a sus dos nietos mayores herederos y le encargó, precisamente a él, que fuera el tutor. Lo embargaba la rabia al apreciar que no tenía en cuenta sus victorias militares ni su prestigio guerrero, ponía por delante a dos niños que consideraba débiles e inútiles.

Pero su madre, Livia, estaba empeñada en que él se hiciese con el poder para reinar a su lado y los mandó matar. Presionó a su marido, además, para que adoptara a Tiberio, algo que él hizo a pesar de sus reticencias. Le caía mal, no soportaba a su hijastro. Debido a esta antipatía Augusto siguió intentando que otra persona lo sucediera. Tenía para elegir entre su nieto, el tercer hijo de Julia, y también Germánico[3], sobrino carnal de Tiberio. El resentimiento, por tanto, aumentó.

Grandes criminales de la historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora