«Dirijamos el vuelo por las regiones del aire y veamos qué pasa en el mundo; este mundo que es otro infierno».
Voltaire[1],
(1694-1778).
Desde hacía más de setenta años los ingleses afirmaban sus derechos al trono de Francia, intentando unir ambos reinos bajo su mando. Como al mismo tiempo los franceses estaban divididos en una guerra civil (borgoñones contra armañacs), utilizaban estas desavenencias para favorecer los propios intereses.
En este contexto histórico, el seis de enero de mil cuatrocientos doce nació en Domremy una niña a la que dieron el nombre de Jehanne (Juana), hija del agricultor Jacques d'Arc y de su mujer Isabelle Romée. Cuando tenía doce años un mediodía de verano, mientras estaba en el huerto del padre, vio una luz y escuchó una voz que le decía que Dios lo había enviado para guiarla. Era muy piadosa y el día anterior, incluso, había ayunado. Poco a poco las voces la fueron instruyendo y le develaron que tenía que ir a ayudar al rey de Francia.
Durante años vivió con este conocimiento sin compartirlo con nadie. Hasta que sus voces la apremiaron para que se dirigiese hacia Vaucouleurs, a fin de solicitar la ayuda del gobernador Robert de Baudricourt. Según esta revelación, él le daría una escolta para internarse en la peligrosa Francia, plagada de enemigos e infestada de bandoleros. Cuando, temerosa, les explicó que ella solo era una chica que no sabía ni montar a caballo ni hacer la guerra, la tranquilizaron diciéndole que acudiera a la casa del esposo de su prima, Durand Lassois, que residía más cerca del lugar de destino, en Burey-le-Petit. Obediente, hacia allí se dirigió en mayo del año mil cuatrocientos veintiocho.
Primero tuvo que convencer a Durand de que la llevara a la fortaleza del gobernador. Había que tener coraje para aparecerse allí y pedirle que la pusiese en contacto con el delfín, afirmando que su cometido era restaurar la soberanía francesa con la ayuda de Dios, algo que no habían conseguido ni los más experimentados guerreros ni los políticos durante casi una centuria. Es decir, que ella, una campesina, sería la que derrotaría a los enemigos y la que coronaría al soberano, que llevaba sin poder hacerlo desde que había muerto su padre. Resulta difícil comprender en términos actuales cómo pudo persuadirlo de que la auxiliara, pero en la Edad Media las visiones, los milagros y las voces de los santos eran fenómenos en los que se creía y Durand quedó convencido de que su parienta poseía este don.
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Grandes criminales de la historia
RandomConoce a los grandes criminales que, por uno u otro motivo, dejaron su marca en las páginas más oscuras de la historia.