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Una vez en su habitación, Nathaniel se arrepintió. ¿No sería todo aquello una magna gilipollez?, ¿no se había excedido?, ¿no había proyectado un desconocimiento del que carecía en realidad? Enfadado consigo mismo por haberse dejado engatusar de nuevo por sus emociones y por su intento de disimular que no había reconocido a Castiel, por haber perdido en cierto modo la dignidad, se tiró en la cama entre nubarrones de nervios y mal humor. Había actuado como un estúpido. Primero se le había quedado mirando como si se le hubiera aparecido un fantasma y luego se había puesto a balbucear estupideces como una adolescente delante del chico que le gustaba. Y luego se había ido corriendo a su habitación.

No fueron aquéllos los últimos momentos de bochorno. Tres días después sin haber visto a Castiel ni por un lado ni por otro, la estela de su miedo por reencontrarse con quien consideraba su amor de instituto comenzó a tomar forma y a agrandarse cada vez más, hasta el punto en el que parecía que algún día Nathaniel iría a explotar. Empezó a encontrárselo por todas las partes de la casa, a todas horas y haciendo lo que fuera. Al parecer, Castiel había tomado la costumbre, durante las horas libres, de pasearse por la casa con alguna intención que él aún desconocía. Pero la cosa no era esa, sino que cada vez que miraba a Nathaniel parecía que no se acordaba de él, cuando había sido justamente él mismo quien se había llenado el cuerpo de tatuajes y se había dejado el pelo más largo. De hecho, estaba incluso más fuerte que antes y los rasgos de su cara eran más duros y masculinos. Se notaba que había dejado atrás la adolescencia.

No sabía en qué momento se le había quedado mirando también, un día que había salido de su habitación para ir inocentemente a la cocina a por un vaso de agua. Castiel estaba en el salón y obviamente tenía que habérselo encontrado, y se había quedado mirándole como un bobalicón que no podía superar el hecho de tener a su ex tan cerca.

No le gustaba Castiel. Simplemente le traía muchos recuerdos.

Parecía que el pelirrojo tatuado aún no se daba cuenta de que la mirada de Nathaniel estaba descaradamente puesta en él, en el que simplemente miraba por la ventana mientras parecía atender una llamada telefónica. Pero en parte lo agradecía, porque, siendo sinceros, lo último que quería en toda su vida era tener que hablar con él o siquiera cruzar un par de miradas más.

Nathaniel se quedó un par de segundos más ahí, observando cómo Castiel colgaba la llamada y suspiraba, guardándose el teléfono en el bolsillo y dándose la vuelta.

Castiel le miró.

El rubio apartó la mirada a un lado y... su estomago comenzó a punzar, porque sabía que él aún le estaba mirando. Mudo, progresivamente incómodo y alterado, intentaba identificar lo que sentía en aquellos momentos. Empezó a notar una náusea inconcreta que le apretaba el estómago de los nervios y entonces continuó caminando lo más rápido posible hasta la cocina.

—Nathaniel, ¿puedes venir un momento?

Nathaniel.

Era Castiel. Le había llamado por su nombre.

Aún se acordaba de él.

Nathaniel se paró en seco, sintiendo la repentina necesidad de salir corriendo como había hecho el otro día. Pero no quería perder la dignidad de nuevo, por muchas ganas que tuviera de hacerlo sólo para escapar de la mirada de Castiel.

Él se hizo el distraído, contestando con un mugido interrogante.

—¿Mmm? —Dijo altamente nervioso, dándose la vuelta lentamente para volver a mirarle a los ojos. No podía moverse más que eso.

—Nathaniel, ven, por favor.

Soltó un suspiro al aire acercándose hasta él.

—¿Puedes echarle un vistazo a esto? —dijo despreocupado.

Nathaniel se acercó un poco más y miró el teléfono de Castiel. Él lo estaba observando y vio en su reacción el mismo gesto inconsciente de confusión que su cara debió de haber tenido segundos antes. Era un ejercicio de física que él no comprendía demasiado bien.

—¿Qué es eso? —preguntó el rubio, con los ojos aún fruncidos por la extrañeza.

—No sé. Tengo que resolverlo, pero no encuentro la manera de hacerlo. Pensé que a ti se te iba a dar mejor.

Pasaron unos minutos interminables. Nathaniel no podía concentrarse en la pregunta que tenía que contestar porque tenía a Castiel ahí, justamente a su lado. Su voz se había vuelto un poco más grave y gruesa y se notaba la madurez en sus palabras. Castiel se había hecho mayor... también. Era... era algo difícil de describir, era algo dentro de él que no le dejaba pensar con claridad. Castiel hizo un movimiento hacia el teléfono que Nathaniel interrumpió con unas palabras ansiosas.

—Te acuerdas de mí, ¿no?

—¿Qué?

A Nathaniel le acometió un ligero temblor.

—¿Todavía me recuerdas?

Repentinamente, Castiel fue preso de una reacción incomprensible. Se puso muy nervioso. Sin duda se encontraba bajo las mismas emociones que Nathaniel. De hecho, muchas veces se había preguntado cómo es que había estado tanto tiempo sin hablarle al rubio sobre lo que les había pasado en el instituto a ambos.

Castiel se mantuvo en silencio, tenso y sintiéndose bajo presión, y entonces apagó el teléfono y se lo guardó en el bolsillo, haciendo una mueca de desagrado mientras comenzaba a caminar para meterse en su habitación, dejando a Nathaniel con un aura sorpresivo por la reacción ajena.

—Claro.

A Nathaniel no se le atragantó nada excepto sus propias palabras. Lo vio meterse en su cuarto, y cuando se encontró solo, hizo un movimiento de arrepentimiento.

Lo sabía. Castiel aún estaba dolido.

The truth untold © (CN #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora