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Nathaniel estaba sentado durante una clase. A pesar de que escuchaba y copiaba en su libreta todo lo que el profesor iba dictando, en realidad no tenía ni idea de dónde estaba su cabeza. No sabía si pensaba en cómo disculparse con Violette, en cómo poder aprobar todos los exámenes sin morir en el intento o en cómo mirar a Castiel a la cara después de lo que había pasado la noche anterior. Incluso si pensaba que podía afrontarlo todo, había algo en su cabeza que le aseguraba que se iba a estancar y que se iba a quedar sólo en eso: en un intento.

Las cosas no resultaban tan perfectas como todos pensaban. Nathaniel llegó pensando que todo resultaría sumamente sencillo, que se comería el mundo pero ahora se estaba yendo con las manos vacías. Había aprobado todos los exámenes por el momento pero con muchísimo trabajo y estrés. Además, tenía que lidiar con Castiel en la misma casa y con los mensajes continuos de sus padres queriendo saber si lo estaba haciendo perfectamente como ellos querían. Encima, tenía que arreglar cuentas con una chica con la que había empezado un... ¿romance?

Al fin y al cabo, pensaba él, a eso se tenía que enfrentar todo el mundo a lo largo de su vida. Todos iban a tener problemas en todo momento, de eso no había duda. La vida es así. No vale la pena quejarse todo el tiempo, en realidad.

Para aquel momento, Nathaniel había terminado otro tortuoso día de clases con mucho trabajo para el día siguiente. Quisiera o no, eso era malo.
Y, mientras se subía al autobús para llegar a su casa, suspiraba con alivio. Al fin y al cabo, ya no tenía exámenes hasta la semana que viene.

El viaje fue relativamente corto, sin muchos pensamientos negativos y apartado al fondo del autobús. Nathaniel pudo relajarse por un momento antes de llegar a casa y posiblemente comenzar de nuevo con la desesperación. Así que cuando entró en ésta ya iba con el pensamiento de que se iba a agobiar por cualquier cosa, pero sólo se encontró con un silencio pulcro y raramente relajante. Pata cuando quiso darse cuenta, al parecer era Brett el único que estaba en la casa y que estaba bastante concentrado leyendo algo en su teléfono. Tanto, que no se percató de la presencia ajena.

O al menos eso era lo que pensaba el rubio, que intentó no hacer demasiado ruido a la hora de entrar para que no se notase su llegada, pero no funcionó ya que al parecer, el chico que estaba sentado en el sofá se había dado cuenta desde el primer momento de la llegada de Nath. Se lo hizo saber al darse la vuelta y saludarle cordialmente. Pero el otro simplemente le sonrió y se metió en su habitación lo más rápido posible.

A la hora de socializar, Nathaniel siempre había sido el más malo. Él, incluso si había pasado mucho tiempo y al contrario de lo que había estado pensando todo este tiempo, seguía siendo el mismo. En el amor había rectificado pero seguía siendo torpe y le quedaban muchas cosas por aprender, ya que él pensaba que la gente nacía con el don de amar, pero no de amar bien.

Habiendo decidido ya acabar con todo debate dentro de su cabeza, Nathaniel se dejó caer en la silla de su escritorio y cerró los ojos. Cuando por fin toda duda y paranoia se había disipado, sacó la libreta de su mochila y empezó con los apuntes y deberes. Esos eran sus planes para aquel día.

Incluso si a veces sintió las ganas tremendas de abandonar, el rubio siguió con todo el papeleo hasta que pudo darlo por finalizado. En realidad, toda complicación estaba dentro de su entelequia. Era fácil para él pero su cabeza siempre le hacía pensar todo lo opuesto.

Se había hecho tarde para cuando él se levantó de la silla y salió del cuarto para comer algo y tomar el aire en la terraza. Al salir, encontró a Ezra y a Castiel hablando en el salón. Al parecer, ninguno de los dos se había percatado de la presencia del más pequeño.

The truth untold © (CN #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora