Ø18

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Un tórrido abrazo en un árbol de Atlanta. Esa era mi situación. De nuevo la noche caía, ¿por qué las noches caían tan rápido? Fácil respuesta; el invierno se acercaba. Aunque, a pesar de ello, el calor que provenía del ahora semi-escondido sol, nos hacía morirnos derretidos. Nos dio igual la noche, me refiero, estábamos caminando hacia la lejana Alexandría.

Las voluminosas puertas de metal se encontraban ya en frente nuestra. Llamé delicadamente y un tipo conflictivo, un tal Mark. Un tío robusto, pelo negro, ojos marrones que no imponían, nada más y nada menos que rabia, odio y miedo. Comencé a andar, unos pasos atrás de Carl, cuando el tio me agarró fuertemente por la muñeca y me arrastró hasta su casa, sabiendo que después de él iba Abraham de guardia. Las terrorífica casa en la que me encontraba minutos después ya me hacia entender que me iba a pasar.
-Será una noche muy larga querida - canturreó subiendo al segundo piso detrás de mi. No lo vi, sinceramente tampoco quería hacerlo, pero estaba segura de que se estaba pasando la lengua por los labios - me apetece comprobar si sólo tienes una cara bonita - me empujó contra la cama, quería moverme, retorcerme e impedir que me violara.

Pero no podía.

Aunque las órdenes que mandaba a mis extremidades eran confusas, todas tenían algo en común; escapar. Sin embargo no hice nada. No hice nada cuando me desnudó y empezó a recorrer con sus manos todo mi cuerpo. No hice nada cuando me embistió muy fuerte aún sabiendo que era virgen. Por que lo sabía. No se lo dije yo, pero lo sabía. Tampoco hice nada cuando terminó y revoleó el condón por ahí. No hice nada. Sólo llorar.

Y eso hacía, llorar en silencio. Lloré y lloré posiblemente por horas hasta que recordé algo; él estaba dormido, en una casa y yo con sed de venganza. Bajé silenciosamente las chirriantes escaleras y abrí el cajón de madera para sacar el más afilado de los cuchillos. Lo que iba a hacer, iba a demostrar cuán loca estaba.

Sin despertarlo en ningún momento, le até las manos y los pies impidiendo su movilización. Dolía, dolía como el infierno. Me había hecho daño tanto física como mentalmente, e iba a pagar por eso. Su destino estaba escrito; iba a morir. Pero no sin torturas, claramente. No sólo lo dejé estéril, también le corté la lengua. Y maldecía, él maldecía como más bien podía, hasta que le clavé el jodido cuchillo en la sien.
-Que te calles joder - susurré y definitivamente me senté en el suelo a llorar.

Yo, la cura y tu locura(Carl Grimes) RiggersAwards2019 #Wattys2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora