Capítulo VII: El pasado.

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CAPÍTULO VII: El Pasado.

"Hace falta una vida para aprender a vivir." ~Séneca.

Si pudieras devolver el tiempo ¿Cambiarías algo? Yo no lo haría, todo lo que he pasado me ha ayudado a crecer como persona, darme cuenta que la vida no es rosa, que las personas pueden dañarte, que el dolor no durará para siempre. Si tomamos un momento para pensar en la vida ¿No sería cansino que todo fuera perfecto? Digo, no es que sea masoquista y ame sufrir, pero el dolor nos hace ser más humanos, tendemos a sentir más cuando estamos moribundos, además, si nuestras vidas fueran perfectas nunca apreciaríamos los momentos felices. No tengas miedo a caer, que no te aterre la idea del dolor. Porqué creeme cuando te digo que al salir serás más fuerte y más sabio que antes. Así que he aquí mi consejo: Adelante. Cae. El mundo se ve distinto desde el suelo.

Hoy desperté motivada, el cielo está de un cautivante tono azul, la mañana es muy atractiva, los pájaros cantan, el sol esta en todo su esplendor, como siempre. Quisiera ser como el sol, después de la tormenta sale más brillante y poderoso. Quisiera disfrutar más de la vida, siento que he desperdiciado mucho tiempo, que no volverá, en la rutina, es tan fatigante, la monotonía puede llegar a ser tan dañina...Pero ya no más, el tiempo de llorar ha pasado, no puedo pasar otro minuto de mi existencia llorando, es mi mamá y la extraño, pero no puedo dejar que eso me haga ver todo a través del dolor.

Son las 7h, yo estudio en el turno de la tarde, pero me gusta levantarme pronto, me fascina el olor que tiene la mañana, cada día al despertarme suelo inhalar profundamente el aire matutino, ese aire que simboliza nuestra vida, aunque no lo podamos ver, sin él no sobreviviríamos. El olor de la mañana es sutil, pero se siente, te da energías para dar lo mejor de ti en esta nueva jornada.

Me levanto de mi cama y busco mis pantuflas, seguidamente me dirijo hacia el baño, lavo mis dientes y mi cara. Al abrir la puerta me encuentro con mi abuela. Le doy una gran sonrisa.

-Buenos días, Isabel - me dice ella devolviendome el gesto, es una de las pocas personas (cuando digo pocas quiero decir: Única, literalmente es la única ) que me llama por mi segundo nombre.

-¡Buenos días, Abuela! -le respondo dando le un gran abrazo, creo que si ella muriese yo no aguantaría y moriría después.

Permanezco un par de segundos admirandola, observando cada detalle de su rostro, como su cabello negro ondulado cae sobre sus hombros, sus facciones ligeramente indígenas, su piel lisa, sus ojos negros. Mi abuela no aparenta la edad que tiene, durante su juventud se cuidó muy bien, jamás uso maquillaje, y cabe destacar que no tiene arrugas, ni líneas de expresión, su piel es lisa y sana. Su cabello lo encuentro fascinante, es de un tono negro intenso y tiene solamente un mechón de canas en su flequillo, se parece un poco al estilo de Cruela de Vill, negro con un mechón blanco.

-¿Tengo algo mal hoy, Isabel?

-No -dije mirándola a los ojos, con amor- estas perfecta- seguidamente la abracé, fue uno de esos abrazos que te piden sólo una cosa a gritos: "No me dejes jamás."

- Abuela ¿me puedes contar un poco más de tu vida?- demande suplicante, siempre he amado escuchar su historia, todo lo que tuvo que pasar.

Creo que de todas las historias que me ha contado mi abuela sobre ella la que más me dejo marcada fue esta:

Flashback (narrado por la abuela.)

La noche era fría, yo estaba en casa de mi tía, mi madre había perdido su casa y ahora vivíamos aquí temporalmente, mi tía no era buena con nosotros, nos insultaba, pero no teníamos a donde más ir, sólo teníamos que soportar un poco más, a que mamá consiguiera otro lugar. Yo estaba sentada en la acera, pensando, mi tía y sus hijos estaban en la casa, viendo televisión, yo quería verla también, pero ella dijo que yo no tenía el derecho. Me acerqué a la puerta principal, estaba entre abierta y se podía ver un poco la televisión desde allí, metí mis deditos entre el marco de la puerta y esta. Tenía unos minutos viendo la pantalla, todo paso tan rápido. Mi tía se dio cuenta que yo estaba allí, se levantó del mueble e intento cerrar la puerta, pero mis dedos obstruían la puerta, ella frustrada abrió un poco y luego cerró un poco más fuerte, mis dedos ardían, ella lo hizo para que yo sintiera dolor, para recordarme que yo no era lo suficiente como para compartir con sus hijos. Luego pude sacar mis dedos de allí, claramente, pero el dolor seguía, no era dolor físico, ese desaparece con el tiempo, este era dolor de alma.

Y Dime... ¿Te espero o te olvido?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora