Capítulo 3: Demasiado para mí

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Suni lavaba la vajilla y la dejaba en el escurridor en modo piloto. Tenía la vista puesta en la otra estancia del bar. Hoy habían cerrado las puertas a los pocos clientes frecuentes que tenían, pues era un día de "reunión familiar" como lo llamaba Kwan. Los veteranos de la banda se juntaban una vez por semana y discutían trabajos que harían, asuntos económicos y personales. Debía ser la una de la madrugada y los hombres seguían hablando a todo volumen y pidiendo cervezas sin cesar. A Suni se le entrecerraban los ojos. Últimamente casi no dormía, pues las noches en casa de Kwan eran cada vez más insoportables. No sólo le obligaba a tener relaciones con él varias veces durante el día y a trabajar en el bar hasta tarde, si no que además le pegaba si no lo hacía. Le dolía todo el cuerpo, y tenía moratones esparcidos por su piel. Kwan cada vez abusaba más de ella, y no sabía si sería capaz de aguantar mucho más.

Se le resbaló un plato de sus manos jabonosas. Al oír el ruido estridente que el plato hizo al chocar contra el fregadero, Suni entrecerró los ojos rezando para que no se hubiera roto, pues Kwan la mataría si así era. Pero, por suerte, el plato seguía intacto menos por una pequeña muesca en la circunferencia. Se frotó la muñeca derecha con la otra mano. Cada vez le dolía más. Creyó que estaba rota pues llevaba más de una semana sin poder moverla mucho, desde que Kwan la cogió y la levantó, dejando recaer todo su peso justo en ese punto.

— ¿Suni?— la llamó Kwan levantándose y caminando hacia ella sin prisa.

— Dime— murmuró cabizbaja.

— ¿Qué ha sido eso?— susurró con un tono que asustaba. Puso su mano encima del hombro de la chica y lo acarició. Suni se mordió el labio inferior. Ese hombre era asqueroso.

— No ha pasado nada Kwan— respondió sin girarse hacia él.

— ¿No sabes ni fregar los platos, Suni?— la chica cerró los ojos. Ya no podía soportarlo. Quería llorar. Vivir bajo la dictadura de ese hombre la estaba dejando sin energía— ¿Has hecho lo que te pedí como mínimo?

La pelirroja respiró pesadamente, con el corazón a cien. ¿Qué coño le tenía que responder ahora? Se había arriesgado mucho, y ahora tenía que atenerse a las consecuencias. Kwan, entendiendo lo que significaba el silencio de la chica, intensificó la presión de las caricias en el hombro, hasta apretarle la clavícula a más no poder. Suni estuvo a punto de retorcerse del dolor si no fuese porque el hombre sacó la mano bruscamente.

— ¿¡Por qué coño nunca me haces caso!?— gritó al lado de su oreja— No era tan difícil. Sólo tenías que hablar con Ji. ¿Por qué no lo has hecho?— preguntó. Suni, haciéndole caso omiso, cogió un vaso del fregadero y empezó a frotarlo con la esponja— ¡Dímelo!— exigió el hombre cogiéndole el vaso de entre las manos y tirándolo contra la pared que estaba a pocos metros de Suni. El vidrio se rompió en mil pedazos. Una astilla se clavó en el brazo de la chica y otra en su cuello, justo debajo de la oreja. Suni cerró los ojos frunciendo el ceño. Era un dolor leve pero constante. Notaba como, cuando se movía, el cristal se asentaba más en su piel.

No pensaba hablar, no pensaba explicarle sus razones a ese cerdo. Callar sería la manera de protestar. Ella quería proteger a ese joven pelinegro, y lo conseguiría, costase lo que costase. Al ver la negativa de Suni, Kwan la cogió del brazo y la arrastró hasta la mesa rectangular, donde habían más de diez hombres sentados. Kwan se sentó en una de las sillas disponibles y miró a la pelirroja, que estaba de pie cogiéndose las manos nerviosa.

— Vamos Suni, explícanos por qué coño no has hablado con Ji— gritó mirándola satisfecho.

— El chico no se merece esto— murmuró, fijando a Kwan. La voz le temblaba. Se sentía intimidada por ese séquito de perros fieles que el hombre tenía a su alrededor.

HangsangWhere stories live. Discover now