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Nota: A lo que Hange y Mike se refieren cuando mencionan 'La Gente' se refiere a un café literario del cual Hange es la propietaria y Mike es socio.

¡Gracias por leer!

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Pronto haría una semana que Mike había puesto en marcha el proyecto «Saquemos a Hange de su depresión». Un diluvio de sugerencias a cada cual más estrafalaria se había abatido sobre mí. Aquello había llegado a su punto culminante cuando vi que había dejado unos cuantos folletos de agencias de viaje sobre la mesita del salón. Yo ya sabía lo que estaba preparando, unas vacaciones al sol con todo lo que eso conlleva. Un club de recreo, hamacas, palmeras, cócteles a base de ron adulterado, cuerpos bronceados y brillantes, clases de aquagym para echarle un ojo al instructor; en resumen, el sueño de Mike y una pesadilla para mí. Todos esos veraneantes amontonados unos contra otros en una playa minúscula, o peleándose en traje de noche delante del bufet, horrorizados ante la idea de que ese maldito vecino que ronca les robe la última salchicha. Esa gente que se considera feliz de haberse pasado diez horas encerrada en una habitación llena de chiquillos ruidosos a su alrededor. Todo aquello me daba ganas de vomitar.

Ésa era la razón por la que me pasaba el día dando vueltas a la casa, fumando un cigarrillo tras otro hasta quemarme la garganta. El sueño ya no podía servirme de refugio, había sido invadido por Mike en traje de baño obligándome a bailar salsa en una discoteca para turistas. No se rendiría hasta que no cediese. Tenía que escapar de aquello, ponerle toda clase de obstáculos, calmarlo al mismo tiempo que me libraba de él. No podía quedarme en casa, eso estaba claro. Así que, finalmente, la solución estaba en dejar París. Encontrar un agujero perdido hasta el que no me siguiera.

La despensa y el frigorífico estaban desesperadamente vacíos, por lo que se hacía inevitable una excursión al mundo de los vivos. No encontré más que paquetes de galletas caducadas —la merienda de Sara — y las cervezas de Moblit. Cogí una y la giré en todos los sentidos antes de decidirme a abrirla. Me la llevé a la nariz como si inspirara los aromas de un gran vino. Bebí un trago, y en mi cabeza empezaron a borbotear los recuerdos.

Nuestro primer beso había tenido sabor a cerveza. ¿Cuántas veces nos reímos de aquello? Con veinte años, el romanticismo era lo de menos. Moblit sólo bebía cerveza oscura, no le gustaba la clara, y por eso siempre se preguntaba por qué razón me había elegido. Y siempre obtenía por respuesta un buen golpe.

La cerveza se había entrometido también una vez en que hubo que pensar adónde iríamos de vacaciones. Moblit tenía ganas de pasar unos días en Irlanda. Después fingió que la lluvia, el viento y el frío le habían hecho cambiar de opinión. La realidad era que conocía demasiado mi gusto exclusivo por el sol y el bronceado como para obligarme a meter en la maleta un impermeable y un abrigo polar para nuestras vacaciones de verano, o imponerme un destino que me hubiese desagradado.

La botella se escurrió de entre mis manos y estalló contra el suelo.

Sentada en el escritorio de Moblit, frente a un atlas, recorría con la mirada un mapa de Irlanda. ¿Cuál era la forma correcta de elegir mi propia tumba a cielo abierto? ¿Qué lugar podría traerme la paz y la tranquilidad necesarias para quedarme a solas con Moblit y Sara? No sabía absolutamente nada de aquel país, me sentía incapaz de elegir un punto de aterrizaje, así que acabé cerrando los ojos y apoyando el índice al azar sobre el papel.

Entreabrí uno de mis párpados y me acerqué. Retiré el dedo y abrí el otro ojo para descifrar el nombre. La suerte había decidido el pueblo más pequeño posible, la letra apenas podía leerse sobre el mapa. « Mulranny.» Me exiliaría en Mulranny.

-LeviHan- La gente feliz lee y toma café Donde viven las historias. Descúbrelo ahora