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Nota: A lo que Hange y Mike se refieren cuando mencionan 'La Gente' se refiere a un café literario del cual Hange es la propietaria y Mike es socio.

En este capítulo Hange y Levi se conocen.

¡Gracias por leer!

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Estaba plantada delante del coche alquilado, las maletas a mis pies, los brazos caídos, las llaves en la mano. Las ráfagas de viento se colaban en el aparcamiento y me hacían perder el equilibrio.

Desde que había bajado del avión, tenía la sensación de estar flotando. Había seguido mecánicamente a los demás pasajeros hasta la cinta transportadora para recuperar mi equipaje. Después, un poco más tarde, en la oficina de alquiler, había conseguido entenderme con mi interlocutor —a pesar de su acento, tan espeso que se podría cortar— y firmar el contrato.

Sin embargo ahora, delante del coche, helada, encorvada, extenuada, me preguntaba en qué demonios estaba yo pensando cuando se me ocurrió semejante idea. Pero ya no tenía elección, quería estar en casa, y mi casa, a partir de entonces, estaba en Mulranny.

Tras varios intentos fallidos, logré encender un cigarrillo. El fuerte viento no dejaba de azotar ni un segundo, y empezaba a ponerme de nervios. La cosa fue peor cuando me di cuenta de que el viento estaba consumiendo el cigarrillo en mi lugar. Así que encendí otro antes de cargar el maletero. De paso me prendí un mechón de pelo con una ráfaga de viento había soltado sobre mi rostro.

Una nota en el parabrisas me recordó que allí se conducía por la izquierda. Giré la llave, metí primera y el coche se ahogo. El segundo y tercer intento de arrancar se saldaron igualmente con un fracaso. Me había tocado un coche podrido. Me dirigí hasta el lugar donde se agrupaban cinco hombres que habían visto la escena con una sonrisa en los labios.

—Quiero que me cambien el coche, no funciona —dije visiblemente molesta.
—Buenos días —me respondió el hombre de más edad sin dejar de sonreír
—. ¿Cuál es el problema? —No lo sé, no quiere arrancar.
—Venga, chicos, vamos a echar una mano a la señora.

Di un paso atrás cuando salieron. Me escoltaron hasta el coche. Volví a intentar arrancarlo. Nada. El coche se ahogó de nuevo.

—Se está equivocando de velocidad —me indicó uno de los hombres, divertido.

—Pero bueno, no..., para nada. Estoy metiendo primera.

—Meta más bien quinta. Su quinta. Ya verá.

En su mirada había desaparecido todo rastro de burla. Seguí su consejo y el coche arrancó.

—Aquí todo es al revés. El lado por donde se conduce, el volante, y las velocidades.

— ¿Podrá arreglárselas? —me preguntó otro.
—Sí, gracias.
— ¿Hacia dónde se dirige?
—A Mulranny.
—Tiene un largo camino. Cuídese y ponga atención en las rotondas.
—Muchas gracias.
—Ha sido un placer. Adiós, buen viaje.

Me hicieron una señal con la cabeza y me dedicaron otra sonrisa. ¿Desde cuándo los tipos que se ocupaban de los coches de alquiler eran amables y serviciales?

Estaba a medio camino y ya empezaba a relajarme vagamente. Había pasado con éxito las pruebas de la autopista y la primera rotonda. Por el camino no había nada reseñable salvo ovejas y prados verde fluorescente hasta donde se perdía la vista. Ni atascos ni lluvia en el horizonte.

-LeviHan- La gente feliz lee y toma café Donde viven las historias. Descúbrelo ahora