Capítulo 16

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Bueno, pues llegamos al capi mas largo de esta historia, (y solo se me ocurre hacerlo cuando quedan dos capis para el final...)


Vais a observar que en ambas escenas se da la misma canción, todo gira en torno a ella porque gracias a ella me enganché a OT en la gala 0.

Y bueno, no os spoileo mas.

A darle...

A la lectura, digo.

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Mis cálculos no habían fallado, a los cinco minutos de oir el pitido del horno y sacar la lasaña tocaron al timbre.

Me atusé el pelo y observé por la mirilla, sonreí y abrí la puerta. Allí estaba ella, sonriéndome con culpabilidad, mordiéndose el labio y alargándome una botella de vino gran reserva.

Yo cogí la botella con una mano y a Mía en peso con la otra, le dí un sonoro beso y cerré con el pie.

Cuando la deposité en el suelo seguíamos dándonos pequeños besitos en los labios, hasta que Mía cayó en la cuenta de que la había levantado con el brazo que hasta hace poco había tenido en cabestrillo.

Me miró preocupada y yo negué con la cabeza, sin dejar de sonreir. Ultimamente nuestras conversaciones empezaban así, sin palabras, no era necesario.

Se me volvió a agarrar del cuello y empezó a besarlo, subiendo por la oreja para acabar en los labios, succionándome el inferior.

―¿Te puedo ver la cicatriz? ―preguntó inocentemente

Yo me hice de rogar pero terminé aceptando, me pasó un dedo muy suavemente, casi con miedo, por encima.

―Alfred...

―Que...

―¿Sabes lo que parece esto...?

―Si, si que lo se...

Nos reimos suavemente, me preguntó por el baño y se marchó pizpireta a lavarse las manos, aproveché para mirarla de arriba a abajo, la vi contonearse con esa falda lápiz de piel y esa blusa vaporosa rojo vino, pero lo que me dejó embobado fueron las botas, también de piel y tan ajustadas que no se sabía donde acababa la falda y empezaba la bota.

Cuando volvió del baño no llevaba ni las botas, ni el moño bajo que peinaba cuando llegó.

Serví un par de copas del vino que había traido y brindamos, nos dispusimos a comer. Yo disfrutaba viéndola hacerlo de esa manera, me hacía buen cocinero, y eso que yo me alimentaba a base de filetes y pasta.

Hablamos de cosas triviales, entre ellas de su coartada. Me contó entre risas que a Tina se le había ocurrido correr la voz de que era sobrina de un pez gordo de su barrio, de Saint Jacobs, un mafioso de baja estofa pero con mucha gente a su cargo, que si medio barrio era suyo, que si tenía sus propios sicarios...

Así que ambas pidieron la noche libre a propósito, para que Mía pudiera "irse a dormir a su casa", ya que a ninguno de los matones de Manny se le iba a ocurrir pisar su barrio.

Casi se le sale el vino por la nariz viendo mi cara.

[...]

Cuando hubimos terminado de comer y mientras recogía la mesa, Mía empezó a ojear mis discos, uno por uno, ahí agachada frente al mueble como una niña pequeña jugando a la música.

Cuando terminé me senté en el sillón a observarla, hasta que parecía que por fin había hecho su elección, se levantó y empezó un ritual hipnótico: sacó el vinilo con suavidad, despositando la carátula a un lado, sopló la superficie del mismo y lo colocó sobre el plato, levantó el brazo de la gramola para colocarlo en la canción elegida y accionó la palanca para ponerlo en marcha.

O.T. ConfidentialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora