Capítulo 1

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¡BANG!

El sonido de un disparo retumbó en aquel callejón.

Luego el golpe seco de un cuerpo precipitándose contra el pavimento mojado y unos tacones huyendo calle abajo...

                                                                               XxX

Chicago,1940.

Tras la derogación de la ley seca hace apenas 7 años, empiezan a proliferar los Night Clubs, antros con música en directo y alcohol a raudales.

Tras la caída de Al Capone, los negocios turbios del submundo de la ciudad pasan a manos del segundo al mando, su socio, Tinnety Rubianno.

Aquella mañana del 23 de Octubre se presentaba bastante nublada...

Yo me encaminaba hacia mi oficina con la gabardina echada sobre los hombros, ondeando al viento y un cigarro consumiendose en mis dedos a cada paso...

Di una última calada al llegar al kiosko de prensa y aplasté el cigarro con mis zapatos de marca:

―Buenos días, Joe. ―dije―Me llevo el ChicagO Today.

―Buenos días señor Castle, en tiempo de neblina, usted lleva gabardina... ¿qué tal la mañana?

Este entrañabale kioskero es Joe, de apellido desconocido, gran kioskero, mejor persona, amante de los chascarrillos y poeta frustrado, y no me extraña viendo el nivel...

―...gris...―contesté; cogí el periódico y le lancé un par de monedas al vuelo―Quédate con el cambio.

―¡Viva su generosidad, señor Castle!

No respondí y continué caminando, pero la segunda página del diario atrajo mi atención; relegado a una esquina había un artículo hablando de algo interesante.

Sonreí haciendome el guay y entré al pequeño bloque de pisos donde estaba mi oficina, saludé al portero, el señor Martin Squid, y me apresuré a subir las escaleras que llevaban a mi oficina.

Entré sin llamar, que para eso era el jefe, abriendo la puerta de un golpe y asustando a mi secretaria en el proceso, haciendo que derramara su café por toda la mesa:

―¡Buenos días señorita Lions!

Ella es Myra Lions, nuestra secretaria: eficiente, trabajadora...

―...putas del demonio...

Y malhablada de cojones... perdón.

Me fui directo al despacho que compartía con mi compañero Roy, y arrojé el periódico sobre su mesa, por la página del artículo en cuestión:

―Lee.―le dije mientras colgaba mi gabardina y mi Fedora negro de fieltro en el perchero; las gafas de sol fueron al bolsillo del chaleco.

―Camión de aguacates vuelca en la autopista... blablabla... guacamole a granel... blablabla... testigos untando nachos...

―Eso no coño, mas abajo. ―dije sentándome chulamente en mi silla y poniendo los pies sobre la mesa.

Roy deslizó la vista hacia abajo y se acomodó en su silla:

―Hallado cadáver en el callejón trasero del In Black Jazz Night Club, ―mi  compañero me miró entre sorprendido y extrañado, continuó leyendo― con un disparo de bala...

Y este es Roy, mi compañero de trabajo y fatigas. Aficionado a las bromas... no se libra ni su esposa Christine. Un día él le gastó una broma haciéndole creer que iba a dejarlo todo para formar parte de una banda de folk, se compró hasta una gaita. Un día ella se la devolvió diciéndole que estaba embarazada, mientras Roy convulsionaba en el suelo ella le dijo que era broma.

El juro y perjuró que nunca iba a volver a gastarle ni una más. Ella sonrió culpable.

Hoy la broma tiene 4 años y se llama Paul.

Roy me miró y yo le sonreí con suficiencia:

―¿A que ahí pone que todo se debe a una pelea de borrachos?

Roy continuó leyendo, sonrió de medio lado, cerró el periódico y lo dobló, dejándolo a un lado. Yo seguí hablando, bajando los pies al suelo y mirando fijamente a mi compañero:

―¿No te parece casualidad que, uno, todos mueran por disparo de bala, dos, todo lo achaquen a peleas de borrachos y tres, ―volví a mi postura inicial, sí, esa chula de los pies sobre la mesa―todas... sean... en el In Black...?

Pausa dramática con música de esa de tensión, que hace chan chan chaaan.

―Te digo Roy que ahí pasa algo, y te apuesto lo que quieras a que el análisis de balística me da la razón y todas las balas usadas son del mismo calibre.

Roy suspiró:

―Pero Alfred no te puedes presentar en el escenario del crimen y pedir que te muestren la bala y mucho menos compararlas con las otras balas de los anteriores asesinatos.

Volví a sonreir con autosuficiencia:

―Si que puedo, realmente...

O.T. ConfidentialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora