La Cumbre de París

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Una vez el avión estaba en el aire respiré tranquila, ya que la parte--relativamente--más difícil, estaba completa. Tras dar una breve cabezada, me desperté a los pocos minutos, observando a Charles, quien miraba fijamente a Erik, sentado en el sofá del avión. Logan estaba sentado en la parte trasera del avión. Decidí levantarme de mi asiento y sentarme en uno que tenía la mesa llena de refrigerios y bebidas, bajo la atenta mirada de Charles y el manipulador de metal. A los pocos segundos, Erik procedió a dirigirse a mi hermano.

–¿Cómo los perdiste?

–El tratamiento para mi columna afecta a mi ADN. –replicó Charles con un tono franco y resentido.

–¿Has sacrificado tus poderes para andar?

–Los he sacrificado para poder dormir. –replicó mi pariente–. Qué sabrás tú de eso...

–Yo también he sufrido. –comentó Erik, su mirada sin apartarse de los ojos azules de Charles. A cada segundo ésta conversación se volvía incómoda.

–No me llores, Erik. Eso no justifica lo que has hecho.

–Tú no sabes lo que he hecho.

–Me arrebataste lo que más me importaba. –espetó mi hermano, provocando que una daga se clavara profundamente en mi pecho–. Le destrozaste el corazón a (T/n) La dejaste sola.

–Quizá no luchaste lo suficiente por ello. –indicó Erik, su tono severo–. Quizás podrías haber hecho algo para evitar que tu querida hermana sufriera.

–Si quieres pelear, ¡adelante! –exclamó mi hermano, levantándose bruscamente del asiento–. ¡Peleemos!

–¡Charles, siéntate! –exclamé yo también levantándome bruscamente, pues notaba que el cariz de aquella discusión comenzaba a resultar peligrosa.

–Deja que venga. –me dijo Erik, quien ahora me daba la espalda. Charles corrió y lo agarró de la chaqueta.

–¡Me abandonaste! ¡Te la llevaste y abandonaste a (T/n)! –exclamaba Charles a voz en grito, totalmente destrozado, dejando libre su rencor.

–Ángel, Azazel, Emma, Banshee,... –comenzó a decir Erik, recitando los nombres de los mutantes que habíamos conocido hacía once años, mientras que el avión comenzaba a desestabilizarse–. Hermanos y hermanas mutantes. Todos muertos. Otros muchos. –espetó Erik mientras el avión comenzaba a zarandearse, su metal abollándose–. ¡Víctimas de experimentos! ¡Sacrificados!

–¡Erik, basta! –exclamé, usando mis brazos para intentar no caerme debido a las sacudidas del avión.

–¿¡Dónde estabas tú!? –exclamó a mi hermano–. ¡Se suponía que debíamos protegerlos!

–¿¡Y qué hay de ti!? –exclamó Charles, quien había caído en el sofá por el vaivén del avión–. ¿¡Se suponía que amabas a mi hermana, y la abandonaste!? ¡Te entregó su corazón y tu lo rompiste! ¡Todos estos años ha pasado teniendo la peor de las pesadillas!

–¡(T/n) es mayorcita para que tú la defiendas! –replicó Erik a voz en grito–. ¿¡Dónde estabas cuando tu gente te necesitaba!? ¡Escondido!

–¡Erik, por favor! –exclamé, cayéndome en el asiento en el que me había sentado hacía unos segundos.

–¡Tú y Hank! ¡Fingiendo ser distintos a lo que sois! –gritó, por un milisegundo percatándose de mi presencia–. ¡Y (T/n) sufría por mi, sí, pero tú nunca hiciste nada por ayudarla!

–¡Erik! –exclamó Hank, quien estaba intentando controlar el avión.

–¡Erik, basta! ¡Por favor! –exclamé, el vaivén del avión provocando que chocara con la espalda de Erik, aferrándome para no volver a perder el equilibrio–. ¡Charles ya ha sufrido bastante! –indiqué, lo que provocó que Erik bajase su tono y agarrase mi mano para que no me cayera.

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