Cerebro

222 10 26
                                    

Al día siguiente.

–Ayer la conferencia de paz se vio interrumpida por unos misteriosos asaltantes, de naturaleza desconocida para la humanidad. La nación está sumida en una histeria colectiva con la pregunta: ¿de dónde vienen? ¿Volverán a aparecer? Y sobre todo, ¿son amigos o enemigos? –comentó el presentador de las noticias.

–¿A qué nos enfrentamos? –inquirió el nuevo Presidente–. Extraoficialmente.

–Hace dos días, este hombre, Erik Lehnsherr –comenzó a decir uno de los hombres que se encontraban en la estancia, dejando un fichero sobre la mesa con al foto del manipulador de metal–, escapó de una cárcel de máxima seguridad dentro del Pentágono. Creemos que esta mujer –señaló a Mística–, tuvo algo que ver en el pasado con Lehnsherr. Sabemos que estuvieron juntos en Cuba, el día de la crisis del sesenta y dos. También sabemos que había otra persona de gran importancia allí... Alguien con habilidades incluso más peligrosas que Lehnsherr, ya que quienquiera que fuese, manipuló y desintegró los misiles que se les lanzaron. –apostilló, enseñando una foto algo borrosa de una joven envuelta en llamas–. Lehnsherr también estuvo implicado en el asesinato de Kennedy.

–¿Y esa... cosa? –inquirió el Presidente, señalando a Bestia.

–No sabemos realmente lo que es. –replicó un militar–. De hecho, no sabemos qué son ninguno de ellos.

–Sí. Sí que lo sabemos. –intercedió Trask, quien estaba presente–. Son mutantes. –les notificó, antes de acercarse a los televisores que mostraban imágenes de los tres mutantes que se habían expuesto en la Cumbre–. Él tiene el poder de controlar el metal. Lo comprobé la última vez: sus armas están hechas de metal. –indicó, observando a Magneto–. Y ella, puede llegar a transformarse en cualquiera. En un general, un agente secreto,... Incluso en usted, señor Presidente. –apostilló, mirando la imagen de Mística–. Podría presentarse en ésta oficina y ordenar un ataque nuclear--ya saben--si quisiese. Y esos son solo dos de ellos. –indicó Trask–. De hecho, la otra persona a la que han mencionado anteriormente podría haberse presentado ayer. Iba con ellos. A simple vista parecía una joven normal, pero la vi usar telequinesis como si nada. Creo –aseguró–, que ella es quien manipuló y desintegró esos misiles hace once años.

–¿Y estamos preparados para contratacar? –inquirió el Presidente–. ¿Hay alguna defensa?

–Estaba esperando que me hiciese esa pregunta. –comentó Trask, entregándole un fichero.

–Es... Un programa experimental, señor. –dijo el consejero del Presidente–. Estrictamente extraoficial.

–¿Me está diciendo que esos mutantes están ahí fuera, y nuestra mejor defensa son estos enormes cacahuetes? –preguntó el Presidente con ironía, tras comenzar a leer el fichero acerca de los Centinelas.

–Muchos mutantes tienen nuestro aspecto. Mis Centinelas pueden distinguirlos. –aseguró Trask con confianza–. Tengo ocho prototipos listos para actuar. Están hechos con un polímero especial, sin ningún gramo de metal.

–Quiero hacer una demostración. –sentenció el Presidente tras varios minutos de silencio–. Quiero que el mundo sepa que podemos protegerlo. –indicó, su tono solemne–. ¿Qué necesitas para ponerlos en marcha?

–Ya le di una cifra al Congreso. Desafortunadamente, decidieron cerrarme las puertas. –les comentó–. Ahora va a costar un poco más apretar el botón.

–Lo que sea. –dijo el Presidente.

–Ah, una cosa más: si conseguimos capturarlos por fin, la quiero a ella –indicó, señalando a Mística–, y a ella. –añadió, tomando en su mano derecha la foto de la joven en llamas–. Con fines científicos, por supuesto.

Siempre Hay ElecciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora