Capítulo 2 - Holmes y Watson

7 0 0
                                    

Creí despertar en un pasillo, raramente familiar. Nunca antes lo vi vacío, desolado, y mucho menos tan destruído y sucio. Luces aún más rojas que el resplandor entrando por las ventanas del final, titilaban al ritmo de mis pasos involuntario. Dagaz nunca alteró tanto mi percepción; el festín de cuervos no estaba frente a mis ojos, pero podía sentirlo. El camino de lo invisible se distorsionó, y el futuro dejó de existir. Lempo no llegó a tiempo para ayudarme a impedir el Apocalipsis, supuse, y al instante el frío que recorría mi cuerpo me paralizó completamente, pero no quise detenerme, y luchando contra mí mismo, seguí insistiendo en conocer el exterior.

Nada pareció tener sentido. El intenso color rubí de la catarata lumínica me desconcertaba demasiado. Ni siquiera respetaba las leyes físicas y se dispersaba hacia todos lados, convirtiéndose en una niebla oscura antes de llegar al suelo.

Poco quiero recordar de lo que vi al asomarme por el cristal. Como un extracto de las "Revelaciones de San Juan", dos dragones merodeaban la tierra en llamas. Uno, por el aire, mientras que el otro se arrastraba por el suelo, buscando de qué alimentarse, supongo.

— Aiden. Si vas a dormir, podés retirarte. — Escuché y me sobresalté, aunque me relajó saber que aquello no fue más que una pesadilla.

— Está bien... — Respondí, conteniéndome de devolver aquel tono sarcástico que tanto odiaba. — No volverá a pasar.

—Si seguís así... — Ganas de escuchar que me reten era lo que menos tenía, y un café no pareció mala idea. Me sequé el sudor de la frente, me levanté sin hacer mucho escándalo, abandoné el aula y me dirijí hacia la cocina de la escuela. 3 cucharadas, sin azúcar. Reconocí aquellas paredes infernales, las recordaba porque las veía todos los días. Golpee todas las puertas, y por un momento sentí una mirada vacía sobre mí, pero nada se asomaba por el cristal. Nunca me dolió tanto la realidad. Quizá soy el único ser en movimiento, pero mi vida no deja de ser un desierto de cemento y entidades huecas y egoístas. Pensé en tantas cosas que me fue imposible darme cuenta cuando terminé el café, guardé la taza en la mochila, Dagaz en mi abrigo, y permití que los átomos sigan su destino.

— No vas a llegar a ningún lado. Conozco tu potencial, y no sos este desastre que estás demostrando. Tu actitud arrogante no te va a llevar a ningún lado, no entiendo a dónde fue tu inteligencia.

— Ok. — Si quisiera, podría decirle al mismísimo Newton que me explicara física. Lástima que me cayera tan mal.

Insoportable. El reloj de mi celular decía que eran las 11:24, pero sólo con imaginar aquellos píxeles en 11:40, me transporté. Amo física, pero sólo deseo desaparecer por un momento. Nadie notó la ausencia de mi conciencia en esos instantes, nadie nota mi presencia realmente.

Otoño me envolvió en su fresca humedad, y noté que realmente no quería quedarme solo. Compré una botella de agua y robé un par de gomitas, una gran bolsa en realidad, y me senté en el medio de la escalera del colegio. Algunas veces, me gustaba observar a las personas seguir hacia su trayecto premeditado, hacia sus trabajos amados, sus familias queridas, o simplemente a ver a aquellas personas que les provocan brillo en sus ojos.

Tomó poco tiempo que me aburriera de esto, volví a mi casa, ignoré las conversaciones de mis padres y por la tarde fui al taller de teatro.

Si bien no participaba activamente, me gustaba sentirme rodeado de otras personas. No puedo decir que eran amigos míos, porque no solía hablar más de lo necesario con ellos, pero me gustaban las actividades e incluso pensaba actuar cuando se presenten las obras, pero por ahora sólo planifican coreografías para un festival.

Me senté en la cima de la sala, y pensé en adelantar el tiempo, pero también pensé en que ello podría hacer que me perdiera de algo. Teniendo todo a mi control, me gustaba pensar en la existencia de lo improbable, de las sorpresas, de lo que nunca hubiera imaginado.

EónWhere stories live. Discover now