Capítulo 1 - Dagaz

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Mi nombre es Aiden Ó Loingsigh. Tengo 17 años, y lo único que siento es el vacío en el espacio y, paradójicamente, en el tiempo. Lo sentí desde que tengo memoria en realidad, pero es mucho más difícil ignorarlo si eres un nuevo dios.

Un día como hoy, hace dos años, la encontré. No fue una persona, sino un objeto, o una maldición.

El otoño en Haren Lass no solía variar demasiado con el pasar de los años. Fue una tarde típica, oscura al atardecer, y me encontró vagando ante la ausencia de un motivo para seguir existiendo en un lugar tan pequeño e insignificante.

Mi camino siempre fue el mismo; desde la escuela hacia mi casa. Tenía quince minutos, pero al ser casi todo recto, daba la sensación de ser más. Diez de aquel cuarto de hora era un interminable paisaje de casas pequeñas a un lado de la carretera, y un frío desierto del otro, pasando las abandonadas vías del tren.

Quizá la música, que tenía cierto tono épico, me animó a detenerme en la estación abandonada, a mitad del trayecto. No era la primera vez que la visitaba, ya que solía pasar tardes recostado en sus paredes oxidadas con mi ex novia, hace más de tres años, pero al haber vuelto después de tanto tiempo, no fui capaz de reconocer el lugar.

A pesar de los yuyos y matorrales secos en el infinito vacío, sentí que un camino se abrió delante de mí; un camino que siempre pasó desapercibido. Tendría que haber pegado la vuelta y seguir mi trayecto.

Mi corazón latía como el péndulo de Newton, y mi sudor nervioso se mezclaba con las gotas de llovizna deslizándose por mi frente. El húmedo aroma a tierra, el petricor, la niebla emergiendo lentamente delante de mí, a medida que el sol caía... todas, sensaciones conocidas, oníricas, pero que se volvieron tenebrosas desde que un pequeño resplandor azul se comenzó a notar a lo lejos.

Caminé por unos minutos, y al mirar atrás noté que, aunque sentía una presencia y la niebla tapara todo, estaba solo.

Con pasos ciegos me acerqué a la luz en el suelo. Parpadee un par de veces intentando recuperar la nitidez, pero el resplandor se quedó conmigo, intensificándose cada vez más.

Puedo imaginarme, con 15 años, arrodillándome sobre el barro, manchando indiscriminadamente los zapatos perfectamente lustrados, el clásico jean azul oscuro, y la cola del abrigo negro que siempre usaba, intentando desenterrar lo desconocido, como un perro en busca de un hueso.

Nunca vi una piedra preciosa, y mucho menos tan delicada. Tenerla entre mis manos no sólo me hizo pensar en el valor monetario de aquella gema, sino que despertó algo en mi. Sentí mis pupilas dilatarse como nunca antes al percibir el frío escalar por mi columna, llegando hasta la punta de mis dedos y volviendo hacia el centro, como una implosión de energía.

Repentinamente, conocí el Génesis, el Apocalipsis, y lo que sucede en el trayecto de todo aquello que se desplaza por el espacio. Aquellas secuencias que conformaban nuestro concepto de tiempo, me pertenecieron desde aquél entonces.

Mis pulmones estaban al borde del colapso, pero no fui capaz de dejar escapar la sensación de poder que ella me brindaba. Era perfectamente ovalada, sin rasgaduras o hendiduras, transparente pero azulada.

— Te pertenece. — Escuché detrás de mí.

Dudé en qué tan real esa voz fue, por un instante. Solía escucharla cada noche antes de despertar de un mal sueño. También dudé en darme vuelta, y mirarlo a las cuencas donde alguna vez estuvieron sus ojos.

Apreté con todas mis fuerzas aquella piedra del tamaño de una pelota de ping pong, intentando despertar si aquello fuera un sueño, pero en menos de 15 segundos vi cómo todo lo que me rodeaba decrecía, hasta ser simplemente una capa de tierra infinita. Millones de días y noches atravesé en un instante, pero él seguía ahí.

EónWhere stories live. Discover now