Capítulo 3 - El Pingüino

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El 30 de junio de 2016 se cumplieron tres semanas del asesinato. Todavía siento aquellos ojos grises mirándome cada vez que intento dormir. El disparo, su caída, sus disculpas. El remordimiento me consumió, tanto que no volví a usar a Dagaz desde aquel entonces. La guardé dentro de la mesa de luz de mi habitación, ignorando su existencia.

Lo único que me mantuvo distraído de todo aquello fue Elian, quien me acompañó más de lo que hubiera permitido en otro momento, pero el miedo a estar sólo me impedía dejarlo.

Ansioso, esperaba las 18:30 los lunes, miércoles y viernes. Casi siempre pasaba a verme luego de clases. Perdía decenas de minutos mirándome al espejo. No entendí jamás si quería que lo acompañara a conocer el lugar, no tenía amigos, o realmente disfrutaba pasar tiempo conmigo. En su inocencia, yo perdía el recuerdo de haber tenido un arma entre mis manos. Sus conversaciones volaban, no había manera de acercarlas a la realidad. Hablaba del espacio, de las estrellas, de los espíritus que vio y las leyendas de su ciudad natal. Hablaba de películas tontas y sin sentido, pero que lo mantenían alegre, también de las personas que conoció, de las cosas de las que estaba orgulloso, de cómo se partió el diente y cómo se quebró la nariz.

Pero aquel 30 de junio no quería verlo. A cinco minutos de la hora en la que debía pasarme a buscar para caminar, seguía acostado, dando vueltas, intentando convencerme de ser inocente. Mi motivación estaba ausente para todo, a excepción de golpear almohadas y revisar mi celular. Sentía que una parte de mí estaba encerrada, no metafóricamente, y me di cuenta cuando miré a la mesa de luz.

El día anterior hablamos sobre sacar fotos. No teníamos en claro dónde, pero él quería ir a las vías, lugar al que no quiero volver, aunque... moría por sacarle fotos. Una opción era ignorarlo y fingir estar dormido, pero no sentí que fuera lo correcto. Preferí ordenarme por las dudas.

18:43.

Justo luego de sentarme con mi tazón de cereales, escucho que alguien grita mi nombre desde afuera. Pensé que alguien, quizá, me descubrió y venía a enfrentarme, o extorsionarme, e intenté ignorarlo. Mi mamá atendió, y me dijo que un chico me buscaba.

Al salir, encontré a Elian, con su sonrisa pícara y las manos detrás de su espalda.

— Hola lindo.

Era indigno de alguien tan puro e inocente como él.

— ¿Te gusta mi peluche? — Eso era lo que escondía.

— Es lindo, no sé.

— Mirá, se parece a vos. — lo apretó entre sus manos, alargándolo. — Tienen la misma nariz. Tardé en venir porque lo vi y justo tenía cambio para gastar en la máquinita.

Me quedé callado, observándolo jugar mientras caminábamos. No entendí cómo él, siendo tan... lindo, amable, teniendo un no sé qué que lo hace diferente a los demás, elija pasar tiempo conmigo, aunque sólo perdamos el tiempo.

— Te lo regalo.

— Pero no lo voy a llevar en la mano mientras caminamos. ¿Volvemos a mi casa?

Volvimos al mismo tiempo en el que mi mamá se fue, alcanzó a despedirse de nosotros y me dijo que probablemente iba a quedarse la noche afuera para cuidar a mi abuela.

Él se tiró sobre el sillón, con completa confianza, y me miraba, mientras buscaba dónde dejar el regalo.

— Voy a dejarlo en mi habitación, ahí vengo.

Me tiré en mi cama, lo abracé, y quedé un rato ahí, sintiendo su aroma.

— !Ah¡ No sabés. — Entró en mi habitación, sin que yo me haya dado cuenta de que me seguía. — Hoy la profesora de lengua nos pidió que escribiéramos una historia sobre el comienzo del invierno.

EónWhere stories live. Discover now