No menciones las camelias rojas, atraen malos tiempos

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VIII

Ese día Gin y (...) habían viajado en la motocicleta ignorada después de un par de tomos del manga al otro lado de la ciudad; era fin de mes, lo que significaba que debían rastrear ofertas así tuvieran que llevar un sol inclemente o un torrencial propenso a convertirse en huracán, sin más protección que un casco que apenas y cubría la parte superior de la cabeza, en otras palabras, totalmente inútil a menos que en un accidente desearan mantener los sesos dentro.

La prioridad fue el papel higiénico, en menor medida compraron frutas, porque parecía que el precio tocaría las nubes en cualquier momento. Con todo el dolor del alma llevaron doscientos gramos de salmón que posiblemente desataría una guerra descarnada en casa y la mitad de lo que quedaba lo invirtieron en arroz y huevo, sabiendo lo que les esperaba durante los últimos días.

¿Recuerdan a la (...) del principio que no escatimaba en gastos cuando de comida saludable se trataba?

Pues no existía cuando sus fondos estaban a punto de tocar el suelo.

De regreso encontraron una vieja librería y él detuvo a cambio de un cartón de leche de fresa. Y ese fue el error de Gintoki, acceder a lo que fuera con tal de tener azúcar bañando su irrigación sanguínea.

El lugar olía a humedad, estaba a punto de quebrar y la mayoría de libros ya estaban dañados e inservibles, algunos incluso con hongos entre las páginas. (...) había sido capaz de salvar un par de sudokus y sopas de letras, por ellos le dio algo de dinero al vendedor, al menos para que pudiera sustentarse ese día.

—Creo que te estás enfrascando mucho en eso —comentó despreocupado, mordisqueando un pocky rosado mientras leía la Jump, recostado en su amado sillón. (...) se había apoderado de su escritorio, con los libros que iba completando apilados a un lado, como si los crucigramas y números se hubieran adueñado de su cerebro.

—Silencio Gin, hoy debo terminar todos estos ejercicios o perderé el interés y el dinero que gasté será en vano.

—No era necesario traer tantos.

—Tenía tiempo de no jugar, quería matar  la fiebre —Golpeteaba con la punta del lápiz el mueble, sin despegar la mirada del papel, en busca de una respuesta que estaba atorada en su mente desde hacía rato.

—No trajimos los conejitos de gelatina por ahorrar un dinero extra, ¡y lo gastaste en una pila de basura! ¡Las gelatinas sabían a naranja!

—El mundo comprende que el limón gana.

—Si no te gustaba el sabor era tu problema, yo podía encargarme. Además, no te entiendo, la naranja artificial es como... como... —Se miró las manos en busca de una descripción que no fue capaz de encontrar—. ¡Como whooosh! —Las lanzó al aire—, y no eres capaz de afirmar lo contrario.

—El limón es más intenso, piensas en uno y empiezas a salivar de manera inconsciente —Juntó los dedos—. Es como un ¡boom! —Simuló una explosión—, luego se apodera de tu paladar y te lleva a un pico de acidez y dulzura refrescantes.

—¡Já! El único que puede hablar de picos alucinantes soy yo.

—Ese pico alucinante no tendrá acción en un buen tiempo si no dejas de soltar comentarios con doble sentido para interrumpir mi inmaculada concentración.

—Como sea, si te quedas hasta tarde con la luz encendida, no quiero imaginar la cantidad de ceros que vendrán en la factura a fin de mes.

—Te las arreglarás.

—¿Disculpa? ¿No eres tú la que cada vez que viene termina expresando preocupación por las condiciones precarias por las que pasamos?

—La comida es algo esencial, podrás vivir sin electricidad un par de días.

La vida con un cabeza permanente |Gintoki Sakata|Lectora|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora