¿Qué sabes de romance si nunca has conquistado a tu pareja con calcio?

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Las noches de otoño eran heladas, un prefacio inminente de las temperaturas bajo cero que se precipitaban en invierno sobre Edo y que ni las luces fosforescentes de los establecimientos o el licor en las venas era capaz de derretir. De hecho, Gintoki solía hacer un capullo de mantas antes de dormir, pero su circulación de mierda mantenía sus pies como bloques de hielo y cuando los rozaba inconsciente contra la pierna de (...) era despertado por un grito agudo y un seguido coscorrón.

—¡Estás oficialmente muerto, Gin! ¿Qué rayos pasa con la temperatura de tus pies?

—Es difícil llegar a esta edad y seguir como un automóvil recién salido de la agencia, ¿sabes? —murmuró sin despegar el rostro de la almohada, su cabellera parecía un arbusto de peluche desordenado y la voz ronca provenía del interior de toda esa maraña plateada—, vamos, no seas mala, haz el sacrificio y deja que los caliente —Al acercarse un poco con malas intenciones (...) retrocedió hasta casi llegar al borde del futon, porque si tocaba el suelo terminaría como una estatua de hielo.

—No, no, no, puedes envolverlos en capas de mantas o hundirlos en agua hirviendo para entibiarlos un poco pero olvida los actos de abnegación de mi parte —Como una inmensa serpiente marina emergida de las olas de las mantas arrugadas, Gin elevó el brazo derecho y lo dejó caer sobre ella antes de que pudiera reaccionar a tiempo y escurrirse de su tenaza de acero, la cual la arrastró hacia él sin problemas—, ¡detente, Gin, me costó mucho nivelar mi temperatura con las ma- ¡Aaah! —Casi desfalleció cuando el maldito enredó las piernas con las suyas y refugió sus paletas heladas entre sus tobillos, haciendo que pensara con seriedad que terminaría con quemaduras de tercer grado por su frialdad exagerada—, te odio —sollozó revolviéndose entre sus brazos como un gusano, al menos para perturbarle el sueño, pero el engendro perezoso solo se aferró con más fuerza, con la convicción de una garrapata y descansó la barbilla en su hombro para caer dormido otra vez con un suave ronquido que rozó su oreja como una brisa cálida y lejos de dejarla como un malvavisco sobre brasas vivas solo provocó que envidiara la capacidad que tenía para caer tan rápido rendido. En noches así, era todo lo contrario a sus patadas repentinas de verano, era adorable a su manera, aunque casi siempre terminaba siendo el calentador de sus pies cadavéricos. Pero ese día no podía darse el lujo de acurrucarse contra él y hundir la frente en su pecho. Esperaba a alguien y...

Un par de golpecitos secos contra la baranda de la entrada principal alertaron su audición y miró hacia el techo, estableciendo rápido un plan de escape para su prisión musculosa.

Cuando Gintoki despertó con un escalofrío intenso, gruñó exasperado y apretó con fuerza la manta a su alrededor y giró sobre su espalda para empacarse como un burrito, pero cuando llegó al suelo después de rodar sobre todo el futon, arqueó una cej...

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Cuando Gintoki despertó con un escalofrío intenso, gruñó exasperado y apretó con fuerza la manta a su alrededor y giró sobre su espalda para empacarse como un burrito, pero cuando llegó al suelo después de rodar sobre todo el futon, arqueó una ceja al ser consciente de que no había arrollado a (...) en el proceso. Al estirar el cuello y no ver rastros suyos se levantó con lentitud, el calor que había acumulado en la planta de los pies se disolvió cuando los puso sobre los tablones de madera y casi de puntillas corrió a calzarse las pantuflas antes de salir de la habitación. Cuando fue hacia el pasillo principal cubierto desde la cabeza con la manta, escuchó voces apagadas, provenientes de un conversación que estuviese desarrollándose afuera y cuando abrió la puerta, vio a (...) con los brazos sobre la baranda mirando hacia la calle y Zenzou de cuclillas a su lado, solo que en dirección a él.

La vida con un cabeza permanente |Gintoki Sakata|Lectora|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora